Crónica de Rossana Medina
Luces incandescentes que iluminan el cielo una tarde de lluvia copiosa sobre Tacarigua. Jamás imaginé que la noticia acerca de la caída de un satélite sobre algún área del Caribe me haría estar atenta una tarde de domingo, preguntarme sobre los misterios que se cuentan en torno al Lago de Valencia.
Cuando Juan de Villegas en 1547 toma posesión del Lago de Valencia, las damas de barro ya dormían en sus alrededores, y es que ellas eran las dueñas de la región, estaban resguardadas por hombres valientísimos y numerosos que habitaban en los alrededores de Tacarigua. Los pobladores prehispánicos habían desarrollado la figuración humana en la cerámica representando su forma de vida y cultura. El Lago de Tacarigua y zonas aledañas se convierten en un tesoro para los pobladores: el clima, la vegetación, los afluentes de agua y la geografía de la zona se convirtieron en la mezcla perfecta para habitar.
La combinación de los verdes de la naturaleza que resaltan con el azul del cielo claro y su frescor ya llamaban la atención de Alejandro Humboldt en 1799. La retirada de las aguas había dejado al descubierto lo que el investigador alemán denominó “lozanas y ricas campiñas”. Fui testigo de hermosos paisajes en mis visitas frecuentes a Maracay, pues allí vivían mis abuelos paternos.
Al pie del viaducto se encontraban los sembradíos de caña de azúcar, tan jugosa y disponible en las ventas de los carros trapicheros que se conseguían por doquier. Un paseo a la zona sur este del Lago por carretera nos conducía hacía las haras donde se encontraban establecidos criaderos de caballos El carro pasaba por la explanada bajo la sombra de árboles frondosos que bordeaban el camino.
El Lago de Valencia resguarda secretos de cientos de años, no muchos conocen que, sumado a las bondades naturales, queda al descubierto el tesoro cultural de los antepasados. Hacía finales del siglo XIX, quedan al descubierto las damas de barro, conocidas hoy como la Venus de Tacarigua. Sus llamativos rasgos faciales y la exacerbación de lo genital las convirtió en la manifestación de la fecundidad y reproducción de la mitología femenina venezolana.
Nuestra Venus es la representación de lo bello, de la cosmogonía, de lo funcional como soporte de la estructura social, fundamento para el desarrollo artesanal y la partida para el abordaje de la iconografía femenina en Venezuela. Están relacionadas a la idolatría, con el estudio de ellas se exalta la importancia de la mujer en la cultura, con el rol de protectora de las faenas de los habitantes de la zona, conocidos por sus viajes por tierra desde Tucacas hasta Rio Chico, y por mar desde el Archipiélago de Los Roques hasta las islas de Margarita, Coche y Cubagua.
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX muchas excavaciones quedaron expuestas, los yacimientos fueron saqueados, se perdió información y la oportunidad de rescatar los detalles de la civilización que habitó el Lago de Tacarigua. Al impulsar nuevas excavaciones en los años 60 se esperaba reordenar la información.
Mi padre recuerda que, en 1964, con 17 años acompañó a su acuciosa hermana en las excavaciones arqueológicas de La Pica. Allí se les asignaba el oficio de desenterrar, limpiar y clasificar. Las figuras asociadas a una deidad se encontraban junto a collares, cuchillos, vasijas, adornos y restos como cráneos que fueron ordenados y pasaron a formar parte del inventario del patrimonio nacional en los museos de la Nación.
Estas damas de barro se configuraron como un ícono femenino, es un símbolo del valor de la mujer como “sostenimiento de la vida en general…” Son un punto de partida para el estudio del matriarcado en la cultura de los pobladores prehispánicos; la mujer sería la figura principal de la familia y la sociedad, suponiendo que ellas desempeñaban un rol principal en las actividades económicas, políticas, religiosas, y simbólicas.
La imagen de la mujer de pie con piernas separadas, manos en la cintura en algunos casos, y en otros sosteniendo una gran cabeza, tiene un gran valor estético y cultural, va de lo real a lo abstracto, del objeto al sujeto que trata de entender su existencia y sentido. Ellas con sus elementos decorativos en: cuerpo, cara, cuello, y adornos en las máscaras, nos muestran un concepto de belleza de épocas pasadas. La Venus de Tacarigua es reflejo de misterio y poder.
Los pobladores prehispánicos fueron recorriendo otras tierras, empujados por la conquista española, concentrándose en el litoral oriental venezolano. Entre Margarita, Coche y Cubagua se resguarda la herencia alfarera, la tradición artesana de los Guaiqueríes, nos revela la posible evolución de las damas de barro, imagino que son las descendientes de Tacarigua. Con amplias caderas, posición de autoridad, ahora sin mascara, ataviadas de colores y adornos que reflejan la belleza.
Como herencia nos queda el archivo arqueológico resguardado por instituciones como el Centro de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad Simón Bolívar, el Museo de Antropología e Historia de Maracay, el Museo de Antropología, Arte e Historia Henriqueta Peñalver (conocida como la Casa de los Celis en Valencia), y la plaza de Tacarigua donde el escultor Alejandro Colina seducido por la herencia indígena esculpió las imágenes representando a la diosa Tacarigua, el chamán, la madre tierra, el banco, la fuente y los faroles con figuras alegóricas que se encuentran a orillas del Lago de Valencia dentro de las instalaciones militares de la Base Aérea Mariscal Sucre.
Contra toda predicción el caudal del lago sigue creciendo, el agua ha tomado para sí aquellas campiñas de otrora, se perdieron las zonas de cosecha, han quedado bajo las aguas los tendidos eléctricos y los riegos artificiales que en otras épocas bañaban cañaverales, algodonales y siembras de cacao. Sumergida también quedó la posibilidad de rescatar restos prehispánicos, y por qué no probablemente los restos de un satélite que no podremos confirmar, pues quedé como testigo que a veces divaga entre el hecho real o imaginario.