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Patrimonio cultural

Decir mejor cantando: El canto Gregoriano en la Religiosidad popular de América Latina

Con visiones novelescas, el autor de este trabajo traza un rápido itinerario del canto gregoriano en nuestra América, donde esa disciplina encontró cultores tempranos entre indígenas aficionados y virtuosos que entonaron su perplejidad en latín. Un camino apasionante para seguir la senda del prodigioso mestizaje cultural operado en estas latitudes.

Con la llegada a América del europeo a finales del siglo XV, llega el culto católico, y con éste el canto gregoriano como música oficial de la Iglesia. En los primeros informes de la autoridad eclesiástica desde tierras americanas a la Corona, se nombran ya clérigos especialistas en este tipo de música. Así por ejemplo, en el informe del obispo Rodrigo Bastidas de la catedral de Santa Ana de Coro (la primera en tierra firme sudamericana), al rey Carlos V del 20 de enero de 1535, se nombra al primer músico reseñado en la historia de lo que va a ser Venezuela: «En el pueblo de Coro hay una iglesia de paja de las mejores de Tierra Firme: sirven en ella dos clérigos; el uno es Chantre de la dicha iglesia, que se llama Juan de Rodríguez de Robledo (…) es buen eclesiástico, cantor contralto y tiene natural de voz…» Curiosamente, este clérigo que inclusive llegó a tener el cargo de deán y al que el cronista sevillano Juan de Castellanos, dedica algunos de sus versos entre los 117.000 que tienen sus Elegías de varones ilustres de Indias, no solamente cantaba en canto llano, sino también en canto de órgano la salve todos los sábados y era falsetista como se desprende del texto citado. Documentos similares a éste podríamos señalar cientos por toda América. Los nombramientos de maestros de capilla o cantores siempre hacen alusión a los conocimientos del clérigo en cantus planus (canto llano o canto gregoriano) y a su tipo de voz.

Además, son también muchos los documentos donde se asienta la adquisición de libros de canto llano para el uso de catedrales, iglesias y monasterios. Inclusive se llegan a publicar en América. Así, en la ciudad de México el año 1556 se publica un Ordinarium agustiniano con canto llano, por cierto, el primer libro que se publica en el Nuevo Mundo. O el Quatuor Passiones (1604) del franciscano Juan de Navarro de Cádiz que, en sus 105 folios, incluye canto llano para las cuatro pasiones, ocho lamentaciones y la súplica de Jeremías.

De los 220 libros que se estima se publicaron en México durante el siglo XVI, trece fueron de música monódica litúrgica (canto gregoriano). Pero es más, hasta tan tarde como 1844, se publica en litografía en la ciudad andina de Mérida (Venezuela), antes de la llegada de la imprenta, el primer libro publicado en esa ciudad con el título: Elementos de canto llano y figurado que sirve de introducción a la práctica de los divinos cánticos de uso en la Iglesia y deben conocer el Sochantre, el Salmista y el Venerable clero (J. Peñín, 1983). Una obra curiosa donde se mezcla la teoría de la música figurada con la de una práctica del gregoriano medido según los criterios de la edición de Ratisbona. O sea, partidario de la aplicación de la Interpretación del canto gregoriano medido, mensural y no libre.

Texto extraído de la Revista Bigott #37, editada por Fundación Bigott en el año 1996.