“Nos hallamos frente a un maestro de la talla de Rameau o Couperin, Domenico Scarlatti o el padre Antonio Soler, compositores que cristalizaron en su música escrita el repertorio procedente de la tradición oral de piezas y danzas populares plebeyas y cortesanas.”
Claudia Calderón Sáenz
Para mí, tocar el arpa es el amor más grande que he conocido, aparte de mi mamá. Yo creo que no hay otra cosa que tenga más poder que, ni iguale el poder de tocar el arpa. Aprendí a tocarla a los diez años con mi hermano Melquíades. Él también tocaba el arpa. Recibió clases con Eliseo Pérez, y yo me les quedaba viendo hasta medianoche. Se gastaban velas y a veces se pasaba hasta tres días en la casa dándole clases a mi hermano. Yo como el loro, escuchando.
Cuando Eliseo se iba, y a Melquíades se le olvidaban algunas partes de un pasaje, él me preguntaba: ¿Por casualidad tú no te acuerdas tal parte? Yo se la silbaba porque los dedos no me daban. Entonces me hice mi primer arpa, que fue un rolito de bambú que corté. Saqué dos canuticos y lo preparé con veinte cuerdas de pabilo cerrado y con esa cera negra que uno saca de las colmenas en las montañas.
Después vino Ramón Serrano y me regaló otra arpa. En lo que agarré el arpa, el mismo día saqué el primer golpecito. Me dio lecciones. Me la afinó y el día que me dijo el primer bordoneo, el primer tipleo, lo agarré. Entonces seguí detrás del arpa de allá para acá. Uno nace con este don predestinado, como dicen. Cuando me pusieron en la escuela yo no sabía ni que la O era redonda. Yo estaba pendiente era del arpa que me sonaba. Mis padres se cansaron y me sacaron, me tenían obligado en la escuela. Cuando tenía dieciocho años, entonces aprendí a leer, porque ya tenía el arpa dominada.
En Venezuela existen dos tipos de arpas: la mirandina (tuyera, de los valles del río Tuy) o aragüeña, y la llanera. El arpa tuyera se caracteriza por tener una caja de resonancia bastante más ancha que la llanera y un mayor número de cuerdas, pero sobre todo, por tener las cuerdas agudas (tiples) de acero, las de registro medio (tenoretes) de nailon y las graves (bordones) de cuero de venado, estas últimas ocasionalmente reemplazadas por cuerdas de contrabajo (bordón romano).
Comencé a estudiar y a estudiar, y cuando tenía catorce años, amenicé la primera fiesta, por veinte bolívares toda la noche. Llevé la música por los pueblos, por los campos, en fiestas patronales. Recibiendo palos de agua en el camino, con una yegua, el arpa al hombro y una cobija negra para taparla. Uno a veces llegaba a los sitios con las cuerdas de tripa mojadas, espojaotas, acatarraítas, y uno, pasando trabajo para afinar.
Eran bailes familiares, no había venta de licores. Cualquier padre de familia llegaba: voy a celebrar mi santo, mi cumpleaños pa’ tal fecha, voy a hablar con el maestro Fulgencio pa’ que me toque una fiesta el día de mi santo. Uno hacía su contrato, era una fiesta que ellos ponían, invitaban a las parejas, familiares, amistades que quisieran bailar joropo. Uno tocaba fino toda la noche, porque en los campos a las siete de la noche la sala está llena. Puras muchachas bailando joropo.
A medianoche mataban tres o cuatro gallinas, según el lote de gente. Paraban el baile pa’ comer sancocho ‘e gallina pataruca con jojoto. Esa gente amanecía. Por la mañana gozaban los muchachos cansados de bailar y comer gallina. Seguían el baile en el día y a las diez otro hervido de gallina. Eso era hervido pa’lante, pa’ darles más fuerza hasta terminar la fiesta.
Cuando compongo me destaco, me dejo de todo pensamiento, hasta de comer. El arpa tiene su misterio. Yo he llegado de la calle con una música pa’ estudiarla, agarrando el arpa y no le encuentro tono, como brava conmigo. Tengo que ponerla en un rincón y me acuesto. Como a la hora vuelvo y cuando le pongo las manos le hallo ese tono clarito.
Para no tocar el arpa, no estudiarla, tengo que estar postrado en la cama, pero cuando me paro echo una ensayadita, cualquier cosa, componer.
Ya ni me acuerdo cuántas piezas he compuesto, deben pasar las mil. Tengo como un mapa, como un rollo de alambre en la cabeza. Me pongo a tocar las piezas que tengo en la memoria, una tras otra, sin repetirlas, las pronuncio una sola vez. Los que componen letras, me las traen. Como yo tengo varias músicas, comenzamos a escoger qué pega con qué.
Es notable cómo destaca el uso de colores y texturas tímbricas tan diferentes, para los cuales los arpistas inventan nombres y saben distinguir con ellos una variedad innumerable de toques o bordoneos. Fulgencio Aquino nombra desde el bordoneo suelto (dejando resonar libremente las cuerdas), hasta el trancao (apagado seco), el tamboreao, el ahorcao, el angustiao, el piloniao, el oprimido con dos y tres dedos. Así como los tipleos, el tipleo peludeao, el sobao, el triniao, el pulsiao, entre otros, para el registro agudo (mano derecha). Con estos nombres se indica por descripción, o por onomatopeya, toda una gama insospechada de colores tímbricos, así como gestos precisos de articulación y acentuación diferentes, esquemas de acompañamiento y figurajes rítmicos o melódicos que se aplican en determinados momentos de las piezas y que confieren a esta música su carácter y su estilo peculiar inconfundible.
24 de diciembre la soñé. Fue un sueño muy bonito, una revelación: estaba afinando el arpa un 23 de diciembre, entre cuatro y cinco de la mañana. Cuando desperté eran las cinco.
En el sueño estoy afinando el arpa y de repente se me presenta un señor vestido de liqui liqui, con un sombrero grande ala-pegao, con un ojo casi tapao. Un hombre guapentón, atravesao. Me dice, Maestro, ¿usted me puede prestar ese arpa pa’ decirle un pasaje?.
Yo le dije, Cómo no. Ahí mismo se la pasé y afinó.
Prepárese, que le voy a decir un pasaje, me dijo.
Por entonces se me murió un familiar, y cuando se se muere alguien así o un amigo, yo le guardo duelo ocho días y no agarro el arpa. Le eché el cuento a una muchacha de la casa de los Querales. ¡Maestro!, me dijo ella, ¡No lo deje escapar porque usted no puede tocar ahorita, no lo puede ensayar, pero no lo deje escapar para ver si nos dice esa música cuando se lo estudie!.
No, le dije, usted sabe que a mí no se me escapa. A los ocho días agarré el arpa y la saqué completica.
Yo creo que después de que me muera seguiré tocando. Tocaré en otro sitio con el mismo amor de mis diez años.
El maestro Fulgencio Aquino nació el 1° de enero de 1915, en el caserío de Sabaneta, población de Tácata, estado Miranda, el pueblo de los tres golpes y murió el 21 de julio de 1994. Su padre, Julián Aquino, fue un gran golpista y su hermano mayor, Melquíades, fue también un reconocido arpista, aunque no dejó grabaciones comerciales. Desarrolló innumerables oficios. Como hombre del campo, trabajó la tierra hasta los cuarenta años, fue carbonero, trabajó en comercios, en bodegas, fue fabricante de alpargatas y carpintero. Acompañado con frecuencia por cantantes tales como Margarito Aristiguieta y su primo, Manuel María Pacheco, el Turpial Mirandino, hizo presentaciones y viajó a varios países del Caribe y Suramérica como Antigua, Barbados, Puerto Rico, Panamá y Brasil. Su hijo Juan José Aquino, quien también ejecuta el arpa, se ha presentado en diversas oportunidades en Caracas y en el interior del país.
Este testimonio existe gracias a la pianista y compositora colombo-venezolana, nacida en Palmira. Valle del Cauca Colombia, Claudia Calderón Sáenz, quien residió en venezuela, donde se desempeñó como docente de la Cátedra de música de Cámara del Conservatorio Nacional Simón Bolívar y del Instituto Superior de Estudios Musicales. Realizó estudios musicales en Cali y Bogotá y posteriormente en Hannover, Alemania, con los maestros David Wilde y Diether de la Motte y en Italia, con György Sandor, discípulo de Béla Bartók.
Ha presentado recitales de piano solo con obras europeas y latinoamericanas, incluyendo composiciones propias, en Colombia, Venezuela, Francia, Alemania, Inglaterra y México; también ha presentado recitales de cámara con el violoncellista Paul Desenne y ha actuado como solista con diversas orquestas de Venezuela y de Colombia.
Se ha dedicado además, a la investigación de músicas étnicas de Colombia y de Venezuela, sobre las cuales escribió su tesis de grado en 1987. Ha escrito y publicado artículos y estudios de transcripción de análisis sobre la música del arpa tradicional en Venezuela, Colombia y Francias, y ha dictado coferencias para la Historical Harp Society en la Universidad de Amherst, Massachusetts. También ha creado la Fundación Editorial Arpamérica, con el fin de investigar, rescatar y difundir la memoria del arpa a través de las publicaciones didácticas y de creación contemporánea.
Ha desarrollado un amplio repertorio pianístico original y exclusivo, basado en la música del arpa tradicional e instrumentos afines, tales como la bandola y la mandolina.
Claudia Calderón Sáenz
Revista Bigott/ N° 47/1998/4-17