Desde hacía mucho tiempo se le venía agotando el aliento, pero él trataba de disimular el malestar del cansancio que le provocaba aquella lenta asfixia apretándole el pecho. Se detenía entonces ante cualquier vitrina, fingiendo interesarse por objetos irrelevantes que no necesitaba, como artículos electrodomésticos o lencerías, para que uno no se diera cuenta de que le faltaba aire. Era una especie rara de pudor que esgrimía con astucia para no molestar a sus amigos con sus padecimientos, como si esos ahogos fueran cosas para avergonzarse. Así era de discreto Manasés.
Hace unos treinta años, en los 60, Manasés se dio a conocer como una revelación sorprendente. Lo invitaban a exponer con frecuencia, igual en los años 70 y a principios de los 80. Desde sus primeras exposiciones recibió los mejores elogios de escritores y críticos tan calificados como Rafael Pineda, Aquiles Nazoa, Miguel Otero Silva, Juan Calzadilla, Alfredo Armas Alfonzo, Francisco Da Antonio, Juan Liscano, Beatrice Viggiani, Dámaso Ogaz, Bélgica Rodríguez, Mariano Díaz y otros. Enseguida obtuvo premios y reconocimientos. Pero después continuó de bajo perfil, cada vez más bajo, hasta su silencio. Por eso su reaparición en Imágenes del Genio Popular, en la Galería de Arte Nacional, fue como una resurrección, como un redescubrimiento.
Sus obras asombraron a todo el mundo por su audacia y su absoluta originalidad, como fenómeno artístico inesperado e insólito, distinto, y de la más alta calidad. Manasés llamó la atención más que los otros once coexpositores, que habían sido escogidos como las figuras más sobresalientes en el arte popular venezolano. El emblema de la exposición, reproducido profusamente en carteles, pancartas, avisos y pendones, fue una de las sirenas de Manasés. Los nuevos aficionados y los artistas jóvenes preguntaban por él con gran curiosidad. Súbitamente volvió a ocupar un primer plano de actualidad en el arte venezolano. Por eso resultó muy oportuna y muy bien acogida la gran exposición antológica Manasés. Rostros Infinitos, del Museo de Arte Popular de Petare.
Tal vez sea fácil sentir la pintura de Manasés, disfrutarla, apreciar su riqueza y su vitalidad, aunque no sea una pintura común ni decorativa; pero posiblemente sea menos fácil conocerla, estudiarla, comprenderla, hasta poder explicarla. Si conocerla completamente es imposible, como también lo será conocer cabalmente cualquier obra de arte, conocerla siquiera a medias, o un poco, es ya bastante difícil. Hay quienes creen necesario comenzar por clasificar. Pero aquí comienzan las dificultades con Manasés, cuya pintura no se sabe si es popular o culta. Porque, en efecto, la pintura de Manasés no corresponde a las categorías de lo folklórico ni a las del arte popular tradicional. Ni siquiera cabe en lo que se entiende comúnmente como arte popular tradicional. Tampoco en lo que se suele entender como arte popular, que a veces es llamado arte ingenuo, primitivo o naïf. Pero tampoco corresponde a las categorías de las vanguardias del arte ortodoxo, o arte culto tal como son usadas en nuestro medio, o como son usadas en cualquier otra parte. Lamentablemente, todas estas clasificaciones y divisiones, por más dudosas que parezcan, siguen siendo las usuales y no terminan de perder su vigencia dentro de los criterios establecidos.
Texto extraído de la Revista Bigott número 39, editado por Fundación Bigott año 1996.