En 1493, en el segundo viaje de Cristóbal Colón hacia la isla La Española, fueron transportadas en las naves que venían desde Europa, semillas y partes de plantas granos, frutas, cereales, hierbas y bulbos aromáticos, entre otros con el fin de aclimatarlos en los territorios ocupados y tomados en posesión en nombre de los Reyes Católicos. Todas estas plantas eran importantes componentes de la dieta popular de la época en la península Ibérica y se aspiraba que al cultivarlos y prosperar en las nuevas tierras donde habían observado una alimentación muy diferente con frutos y cereales que les eran desconocidos tendrían en un futuro no muy lejano garantizado el abastecimiento para la manutención de los contingentes humanos que eventualmente se trasladarían a los territorios ultramarinos, a fin de explorarlos y colonizarlos.
Algunos prosperaron, otros no. Entre los que primero se arraigaron estuvo la caña de azúcar. De las islas Canarias se trajo el material vegetal y los instrumentos y utensilios para procesar el jugo y producir azúcar, a cuyo consumo estaban habituados desde hacía muy largo tiempo los habitantes de la península Ibérica.
En las Canarias funcionaban numerosos ingenios en los que se había comprobado la eficacia de la mano de obra africana en la operación de los trapiches; puesto que ya habían transportado desde África seres humanos en condición de esclavos a España continental y a las islas, antes de la llegada de Colón a América.
En La Española, el primer intento para establecer el cultivo fracasó, pero más adelante fue más que exitoso. Se dice que Pedro de Atienza fue el primero que plantó la caña y quien obtuvo azúcar por primera vez en América fue el catalán Miguel de Ballester. El cultivo progresó extraordinariamente bien, favorecido por las condiciones climáticas. Ya en 1516 se trasladó el primer azúcar caribeño hacia España.
Las labores de cultivo y procesamiento de la caña requirieron abundante mano de obra y un esfuerzo agotador; los primeros que debieron realizar este trabajo, por supuesto, fueron los indígenas orientados por los europeos. Los aborígenes, sometidos a trabajos a los que no estaban habituados, y en contacto con enfermedades desconocidas en el continente pronto fueron diezmados, lo que despertó preocupación en la Corona española, que intentó protegerlos, con disposiciones que se establecieron en las Leyes de Indias.
No se sabe exactamente cómo se expandió la caña a las Antillas, pero a comienzos del siglo XVII había algunos ingenios en las islas. Un siglo más tarde las plantaciones se extendían por toda el área caribeña donde se había instalado un gran número de ingenios. Había plantaciones en Santo Domingo, en Jamaica, en Antigua, en Cuba, en Puerto Rico, en Barbados, en Martinica y Guadalupe.
En el siglo XIX se convirtió en el país con mayor producción y su mercado más importante era Estados Unidos. En su territorio funcionaban más de mil ingenios. Como mejoras para el procesamiento de la caña se introdujo la máquina de vapor para aumentar la capacidad de los molinos. A partir del año 1862 se adoptaron importantes mejoras en el cultivo de caña en la isla, con los que se logró un gran rendimiento por hectárea gracias al trabajo tesonero del investigador y científico cubano Álvaro Reynoso, que hizo notables aportes agronómicos, que fueron referencia internacional para el manejo de plantaciones de esta gramínea. Cuba se convirtió, así, en centro de investigación científica de plantación es de caña de azúcar. Actualmente, ocupa un importa n te lugar
Entre los países productores de azúcar y, hasta hoy, es su principal renglón de exportación. La isla celebra el «día de la caña de azúcar» en la fecha natal de Álvaro Reynoso, como un homenaje a quien tanto contribuyó al desarrollo de este cultivo.
Texto extraído del libro Dulcería Criolla, editado por Fundación Bigott.