Según una antiquísima leyenda azteca. Quetzalcóatl. el jardinero del edén, una de las divinidades más importantes veneradas por este pueblo, trajo a la tierra sus semillas y las ofreció a los hombres para que pudieran participar de las delicias de un manjar apreciado por los dioses. Posiblemente en esta leyenda se inspiró el sueco Linneo para designar el género como Theobroma. que significa manjar o alimento de los dioses. El nombre cacao procede del idioma náhuatl de los Mayas de Centroamérica a quienes se atribuye el desarrollo de su cultivo -aproximadamente en el 250 antes de Cristo- en la región del Petén, donde floreció esta extraordinaria cultura americana. Los aztecas y probablemente los Mayas lo empleaban para elaborar una bebida que denominaban xocoatl. que era hecha con las semillas tostadas y molidas del fruto, disueltas en agua fría, sazonada con ajíes, vainilla y otras especies presentes en otros platos de la culinaria azteca. Era una bebida amarga, espumosa y picante, muy diferente al chocolate que hoy conocemos. Era tan extendido su consumo, que las almendras de cacao eran empleadas en todo el territorio azteca como moneda y había un intercambio -vamos a decir oficial- de un determinado número de almendras por los diferentes bienes susceptibles de trueque en los mercados. Se afirma que Colón en su cuarto viaje a América las llevó a España para mostrar lo que se usaba como dinero en las Indias. Esta bebida fue ofrecida por Moctezuma, emperador de los Aztecas, como señal de hospitalidad a Hernán Cortés y fue éste quien se la dio a probar al rey Carlos I de España a quien refirió aún más informaciones de su extendido uso en sus dominios de ultramar. Dicen que fueron las monjitas de un convento de Guajaca -suponemos que es la Oaxaca de hoy, aunque varios textos dicen que era en Guatemala- las primeras en modificar el gusto de la bebida añadiéndole azúcar, que ya era producida en las colonias americanas. Este hecho fue de gran importancia en la difusión del chocolate, que se adaptó de forma casi inmediata a los paladares europeos, acostumbrados a sabores diferentes y menos picantes que los de los aztecas. Durante el siglo XVII el chocolate fue conocido en España como “Agasajo de Guajaca”. Los misioneros colaboraron también en la extensión de su conocimiento. Se dice que el primero que llevó cacao a España fue el religioso franciscano Olmedo acompañante de Hernán Cortés; otros dicen que fue el monje cisterciense fray Aguilar. Ellos se encargaron de difundirlo en varios países de Europa, cuando enviaban a las distintas sedes de sus órdenes cacao como preciado regalo, para consumo de los monjes. El cacao para preparar bebida -ya dulce- comenzó a llegar paulatinamente a Europa en cantidades notables entrado ya el siglo XVII, para consumo de la gente adinerada entre la que provocó una verdadera locura; los más reputados por su calidad fueron los procedentes de la ya nombrada Guajaca que según opiniones de la época era el de sabor más delicado. Inclusive se traían de América las especies para condimentarlo, denominadas Pinole que suponemos procedentes de la región limítrofe entre México y Guatemala a juzgar por su segunda denominación, a los que el Diccionario de Autoridades describe como sigue: “Ciertos polvos que vienen de Indias, compuestos de vainillas y otras especies aromáticas y sirven para echarlos en el chocolate, al cual dan admirable olor y sabor. Llámanse por otro nombre polvos de Soconusco”.
Sobre el chocolate aparecen numerosas referencias en obras de teatro del Siglo de Oro español. Como otros productos procedentes de las que denominaron las Indias, en España donde primero se conoció, despertó muchas polémicas sobre los perjuicios y beneficios de su consumo para la salud y sobre su influencia en las prácticas religiosas. inquietud muy generalizada en la época. Entre ellas podemos citar las siguientes obras escritas sobre el tema: Del chocolate. que provecho haga y si es bebida saludable o no 1609. Cuestión moral, si el chocolate quebrante el ayuno 1636. de León Pinelo: Chocolate y tabaco. Ayuno eclesiástico y natural si éste le quebranta el chocolate; y el tabaco al natural para la sagrada comunión. 1645. Madrid, entre otros. Y una publicación del sacerdote Carmelita Fray Jerónimo de Pancorvo publicada en 1640, con el título Panegírico al chocolate en octava rima, cuyo título no necesita comentarios. Al generalizarse el consumo, comenzó a adulterarse y falsificarse con todo tipo de materias; hay relatos sobre estas prácticas que hoy nos parecen humorísticos, tales como este: “Un día predicó en San Gil al Consejo Real un fraile descalzo y dijo que había llegado a sus pies un penitente que mezclaba el chocolate con tierra de difuntos, que lo engrasaba mucho y hacía muy bueno y que con esto lo vendía a subido precio”. Después hubo que pedir licencia para labrar chocolate y venderlo en bollos, cajas o pastillas y expender bebidas en el domicilio. A fines del siglo XVII la aceptación del chocolate en Madrid era general, su procesamiento daba trabajo a gran número de personas que ejecutaban trabajos específicos. Según las referencias el trabajo empezaba con la reducción de las almendras a polvo: “Hase introducido de manera el chocolate y su golosina, que apenas se hallará calle donde no haya uno, dos y tres puestos donde se labra y vende; y a más de esto, ni hay confitería, ni tienda de la calle de las Postas y de la Calle Mayor y otras, donde no se venda, y solo falta lo haya también en las de aceite y vinagre. A más de los hombres que se ocupan en molerlo y beneficiarlo, hay otros muchos y mujeres que lo andan vendiendo por las casas, a más de lo que en cada una se labra. Con que es grande el número de gente que en esto se ocupa, y en particular de mozos robustos que podían servir en la guerra y en otros oficios de los mecánicos y útiles a la república”. Se vendía chocolate y almendras de cacao por fibras para prepararlo. Las mujeres en su mayor parte lo voceaban y distribuían por las calles. Tan popular se hizo que se utilizaba en todos los hogares. Desplazó a otras bebidas en desayunos y almuerzos, primero de la gente pudiente generalizándose cada día más su consumo en otros estratos de la sociedad.
Texto extraído del libro Cultivos Tradicionales de Venezuela, editado por Fundación Bigott.