La tradición del entierro del Carnaval está vigente en muchos pueblos latinoamericanos como un testimonio más de la incorporación de elementos culturales europeos y particularmente de costumbres populares españolas asociadas al culto cristiano que han adquirido en nuestro continente características propias en consonancia a la etnohistoria de cada región. Estas prácticas han sido registradas por numerosos investigadores quienes han identificado en este hecho la integración de elementos culturales y la creatividad de los pueblos. Desde la costa caribeña hasta el sur del continente, el entierro del Carnaval adquiere especificidades al tiempo que mantiene su simbolismo y esencia de rito que demarca el final de un período de libertades y excesos, que precede a otro de gran austeridad y recogimiento y que posee vinculación con antiguas ceremonias propiciadoras de la fecundidad.
Si uno llega a Naiguatá un Miércoles de Ceniza antes del mediodía, recibe la impresión de que es un día normal y apacible, en el que los habitantes del pueblo están dedicados a sus actividades rutinarias. Solamente una persona conocedora puede darse cuenta que hay en Pueblo Abajo, la agitada movilización de algunas personas que afanosamente se dedican a la obtención de los materiales necesarios para arreglar las andas del Entierro de la Sardina, a darle los últimos toques a la alegoría seleccionada para ese año y a la búsqueda de los atuendos que utilizarán los numerosos personajes que acompañarán la festiva y burlesca producción que se avecina, con la que se cierra el ciclo del Carnaval en el pueblo y comienza la Cuaresma.
A partir de las tres de la tarde las calles de Naiguatá empiezan a adquirir una instituida animación y, una o dos horas después el otrora tranquilo pueblo sirve de escenario a una multitudinaria fiesta en la que interviene la mayoría de sus habitantes. La procesión encabezada por las andas de la Sardina y su cortejo recorre toda la localidad -Pueblo Arriba y Pueblo Abajo acompañada por música festiva, mientras los participantes van m arcando con pasos de danza el ritmo alegre de la música y se van enzarzando en el juego del carnaval con polvos, perfume, caramelos y recientemente harina y otras substancias no tan inocuas. Si uno observa desde lejos el cortejo, parece que este va envuelto en una nube blanca, por la cantidad de polvos de talco que se arrojan los participantes entre sí.
El entierro de la Sardina conmemora la muerte del carnaval y es, como hemos reseñado, celebrado desde hace varios siglos en países europeos. Esta festividad recoge tradiciones muy antiguas de diversas procedencias étnicas, de las cuales existen numerosas referencias en testimonios escritos sobre el Carnaval y el Entierro de la Sardina como parte de éste, cuyos rasgos tienen semejanzas demasiado evidentes con el actual festejo popular del Carnaval en Naiguatá, para ser consideradas fortuitas. Esta celebración, que tiene características comunes con las de otros países europeos, pasó de España a América Hispana durante el proceso de colonización. En los nuevos territorios esta ceremonia tradicional ha tenido su propio proceso de evolución y desarrollo, durante el cual las configuraciones culturales europeas originales, que les dan una trama común, se han enriquecido y diversificado con otras procedentes de una realidad cultural diferente. Así, en Venezuela es innegable el aporte indígena y africano evidente en la población de Naiguatá. Allí están vigentes como en otras naciones americanas, las características de ceremonia propiciatoria de la naturaleza que se encuentra en los muy lejanos orígenes del Carnaval, posiblemente anteriores a la época medieval europea.
Texto extraído de la Revista Bigott #17, editada por Fundación Bigott.