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Cultura popular

El espíritu ayamán sigue danzando en las Turas

Es la noche del 23 de septiembre. Todo ha sido previsto. Los espectadores sobrecogidos en una suerte de misterio no gritan, no ovacionan. Hay como un consagrado silencio que crea un respeto contagioso. Realmente no se está ante un espectáculo y esto reafirma la condición de ceremonia ritual de verdadera danza. De allí tal vez su diferencia con el baile. Más que un acto de introspección para ahondar en el cuerpo del espíritu, el baile es un acto lúdico con visos hedonistas por el que se da escape al jolgorio o se simula. Las Turas, como danza, es un interesante muestrario de valor cultural, de presencia folklórica. La lente antropológica e histórica debe revelar su riqueza. Como espectáculo, su extensión en el tiempo, su monotonía y su decadente vistosidad, defraudan al visitante que llega a él por diversión y encanto.

La danza va a comenzar. La reina procede al encendido de las velas alrededor de la cruz que está debajo del arco del palacio, adornado con frutos y verdes hojas: mazorca, cambur, caña, vainas de caraota, yuca, naranjas, aguacates, etc. El capataz que hace de ¡efe de campo da el asentimiento para que arranque la música. Los músicos integran un primer círculo alrededor del palacio: primero los tañedores de cachos de venado, después, los de cacho de matacán y en tercer lugar los tureros o tañedores de las flautas de carrizo o bambú. Éstos se acompañan con maracas para armonizar los sonidos. La música que se interpreta es onomatopéyica, ya que trata de reproducir el canto o sonido de diferentes especies animales: la paloma, el gonzalito, el sapito, el venado, el murciélago, el váquiro y el son del bariquí, entre otros. Los músicos inician su rítmico movimiento desplazándose en torno al palacio en acompasada rueda. Un segundo círculo se integra con tureras y tureros que danzan en torno al círculo de los músicos. Mujeres y hombres con ambos brazos como aspas toman la espalda de la pareja, dando frente a la cruz: la mano derecha sobre el hombro de la danzante vecina, del respectivo lado, y la mano izquierda sobre el cuadril, a la altura de la cintura, de la danzante del lado izquierdo. El desplazamiento es acoplado al del primer círculo.

El sentido del movimiento es, a veces, a la izquierda tres pasos e igual número de pasos a la derecha, con iguales movimientos hacia delante y hacia atrás. Todos los compases y sentidos son indicados por el jefe de campo hasta que la danza se interrumpe por cansancio, sed y hambre. Los danzantes acuden a la comida y a la fermentada bebida. Cumplida ésta, reinician la danza hasta el segundo día, 24.

Finalmente, ante los nuevos tureros y ante el dueño del patio, los mayordomos ejecutan las cortesías, que son reverencias para despedirse de la Santa Cruz, del dueño del patio, de los grupos visitantes y del santo patrón que es la Virgen de Las Mercedes. Hechas las cortesías, la actividad termina en el Árbol de la Basura con la devolución de las ofrendas para que sirvan de semillas a sus oferentes y con la colocación de los desperdicios provenientes del desmontaje del palacio.

Estudiosos de las turas como Juan Liscano, Luis Arturo Domínguez, Miguel Acosta Saignes y otros, no difieren mucho en la interpretación simbólica de los elementos de esta danza, y, al analizarla en el conjunto de manifestaciones indígenas del área del Caribe, encuentran rasgos de mucha similitud que les viene, precisamente, de su fuente aborigen.

La manera intrincada en que se toman los danzantes (por los hombros y la cintura) y el sentido de sus movimientos se relaciona con las ondulaciones de la serpiente, siempre ligada a la significación de la Tierra. Los nudos en el látigo del mayordomo simbolizan el dominio al viento dañino que arrasa los sembradíos. El chasquido de las maracas representa la lluvia generosa. Las livianas plumas, a las nubes viajeras. El son de la música remeda al canto de aves y a otras manifestaciones sonoras de la naturaleza. La comida de cacería, una tregua para la función reproductora de la Tierra. La danza toda, un agradecimiento por los favores recibidos que se traducen en bonanzas.

 

Texto extraído de la Revista Bigott # 49, editada por Fundación Bigott en el año 1.999