La imagen religiosa del siglo XVII
La presencia del llamado Pintor del Tocuyo en tierras larenses marca un hito fundamental para la historia de la cultura y del arte en nuestros territorios. El Pintor del Tocuyo representa un pilar inobjetable para la construcción de nuestra idiosincrasia, preñada de sincretismos y avatares propios de los pueblos en formación o de aquéllos que han sufrido un proceso de conquista y colonización. Su protagonismo necesariamente debe ubicarse dentro de los parámetros de una región próspera, de encrucijada, como lo fue El Tocuyo durante la Colonia, con sus vínculos con Coro, Nueva Granada, México, Caracas y Valencia a través de Nirgua, e incluso con la lejana España, desde donde llegará a la Ciudad Madre la imagen de la Inmaculada Concepción, hacia 1630, atribuida al artista español Francisco de Ocampo y colocada en la iglesia de La Concepción de El Tocuyo, virgen que probablemente le serviría a nuestro Pintor del Tocuyo para iniciar sus diálogos plásticos y visuales con las imágenes religiosas nuevas, impuestas por el catolicismo.
El Pintor del Tocuyo le dará prestancia y sitio privilegiado al arte venezolano. De alguna manera unirá los mundos terrenales y celestiales, dentro de su concepción de artesano y artista. De forma que llegó a concretar, en espacios virtuales y plásticamente bien definidos, la presencia de una serie de valores pictóricos de carácter, dentro de los santos representados.
El Tocuyo es puerta de entrada hacia el Nuevo Mundo, a pesar de las duras condiciones imperantes, llegó a sentirse el contexto arduo y generoso del choque de los dos mundos, sociedad en la cual existía un común sentimiento espiritual, integrado, dinamizado y moldeado por la visión de lo universal prehispánico y la imposición de ideas y costumbres del mundo europeo. El Pintor del Tocuyo, quizás sin que ello fuese consciente en él, emprendió una nueva religiosidad, a partir del hecho plástico visual.
DE SU VIDA, POCO
Pocos datos biográficos se tienen acerca de nuestro personaje. La información y los juicios valorativos en torno a su figura se circunscriben al examen y análisis de su obra plástica, donde destaca el trabajo de su biógrafo más impactante, el historiador y crítico Alfredo Boulton. Resulta curioso el hecho de que historiadores y cronistas anteriores a Boulton desconocían su existencia y obra, por lo que permaneció ignorado por alrededor de 300 años. A partir de los estudios de Boulton, el tema ha recibido la atención de investigadores críticos como Carlos Manuel Moller, Carlos Duarte, Lucas Castillo Lara, Arturo Uslar Pietri, Juan Calzadilla, Rafael Pineda, Francisco Da Antonio, Ermila Troconis de Veracoechea, Francisco Cañizales Verde, Pedro Pablo Linarez, entre 1682 y 1702, donde realizó alrededor de cien obras, de las cuales perviven menos de veinte. El Tocuyo era entonces un valle fértil, con un río caudaloso, poblado por gente tenaz, aguerrida y trabajadora de la tierra, criadora de ganado, donde además se producía un burdo y resistente tejido que llegó a ser famoso en América y en Europa. La Historia de El Tocuyo colonial, de Ermila Troconis de Veracoechea, ayuda a visualizar el entorno y movimiento de la ciudad para aquellos tiempos: al final del siglo XVII había en El Tocuyo 392 casas, 467 familias y 3.452 feligreses, para un total de 8.144 personas entre población rural y urbana. Desde esta ciudad salían entre 300 y 400 mulas cargadas de frutas de la región para ser comercializadas, mientras que la población ya se quejaba por el alto costo de la carne y por las triquiñuelas obradas en el paso de las pulperías.
Sorprende, pues, que en una aldea de techos de paja, de unas capillas llamadas Belén y Santo Domingo, donde además existía el Hospital Real San Juan y por supuesto dos cofradías dominantes, San Francisco y Santo Domingo, haya surgido un pintor del gran talento y la soberbia personalidad plástica que fue el Pintor del Tocuyo.
Habría que considerar el aislamiento parcial donde el artista forjó su trabajo, teniendo como modelo antiguos grabados traídos de Europa. En Venezuela pocas fueron las referencias de personalidades artísticas, salvo las de Caracas y Mérida, durante los siglos XVII y XVIII: Fray Fernando de la Concepción, la Escuela de los Landaeta, Francisco José de Lerma, Juan Pedro López, El Pintor de San Francisco, Lorenzo Zurita, José Lorenzo de Alvarado (Mérida), Francisco Contreras, entre otros. Solo Juan Pedro López y EI Pintor del Tocuyo tuvieron una sobresaliente actuación, éste último debido a la gracia, la poesía y el talento en la realización de sus obras de arte, de corte religioso, encargadas casi siempre por las cofradías o por particulares de alta solvencia económica. En el caso del estado Lara, además de artesanos anónimos solo se conocen hasta ahora, El Pintor de Santa Teresa de Jesús (de Rio Tocuyo), El Pintor Porras (activo en El Tocuyo hacia 1768), El Pintor Rebolledo, activo en El Tocuyo hacia la mitad del siglo XVIII, el escultor llamado El Tocuyano, quien emigró hacia Caracas, hacia 1781 y habría que preguntarse en torno a la autoría de los bellísimos retablos conservados en Lara, que ya el obispo Mariano Martí describía en su visita de 1776, ya que en ellos intervenían la escultura, la pintura, la ebanistería, la carpintería, albañilería y hasta la ingeniería. Sin embargo, ninguno tiene la talla e importancia del Pintor del Tocuyo.
ENCRUCIJADA DE CAMINOS ENTRE CIELO Y TIERRA
La obra del gran tocuyano ha sido comparada con la de Murillo y Zurbarán, con los artistas de la Escuela Sevillana, de la Escuela Flamenca y de otros grandes autores de la plástica universal. El Pintor del Tocuyo siguió los preceptos del arte católico europeo pero rebasó largamente la mera copia del canon imprimiendo su propio carácter a sus creaciones.
Uno de sus mayores logros lo constituye “La Inmaculada Concepción, San José con el Niño y San Francisco de Asís”, donde conmueve la enorme gracia y belleza del rostro del Niño, quien aparece mirando la eternidad desde El Tocuyo naciente. La mirada de San José se nos muestra condescendiente, filosófica, complaciente y amorosa, mientras el Niño Jesús juega con su barba. Un detalle sumamente importante de esta unión entre cielo y tierra, se observa en el ángulo izquierdo e inferior de la obra, justo en los pies de San José: ahí está la presencia solapada del paisaje, de lo xerófilo, de la cocuiza próspera en estos terrenos y también de las montañas aledañas a El Tocuyo acercándose al piedemonte andino, como maneras de unir cielo y tierra.
La obra recuerda, por analogía y vivencia común, ciertas puestas del sol solo observadas desde estas tierras crepusculares. Porque ésta aureola, a manera de fondo, es incluso más grande que la aureola de la Virgen, con su carácter celestial. De nuevo entonces se unen cielo y tierra, desde El Tocuyo como aposento, donde la Virgen permanece incólume, siempre descendiendo, con su mirada hacia abajo, hacia la tierra. La Virgen constituye la parte central de la obra, donde el manto posee movilidad, así como su vestido azul, adornado de luceros; en la parte superior se distingue una corona bellamente construida. Por otro lado, en la misma obra, se observa a San Francisco de Asís, de mirada resignada, estableciendo también puentes entre el cielo y la tierra. Puede llamar la atención que ciertos objetos no aparecen plásticamente bien resueltos, en el sentido de parecer flotar o adherirse al cuerpo, como son los casos de la cruz y del libro; sin embargo, de nuevo, la gracia de la figura, en su totalidad, implica la presencia del talento, del vuelo poético, del oficio en la pintura, aunque no en el dibujo. Destacable es también la Inmaculada Concepción (Colección Iglesia de San Miguel, estado Trujillo), impecablemente restaurada por Carlos Duarte y Mercedes Hurtado de Chinaglia, con su cabellera exuberante, de mujer criolla.
La Virgen del Rosario (Colección Iglesia Parroquial de El Tocuyo) resume las cualidades del Pintor del Tocuyo. Esta obra irradia grandilocuencia, carácter definido, una presencia celestial que, en cierto sentido, se vuelve escultórica, mediante la elaboración de una atmósfera precisa donde se definen claramente fondo y formas. Puede afirmarse que ésta es una de las más maravillosas obras del período colonial venezolano y una de las más importantes del Pintor del Tocuyo.
En la obra San Miguel Arcángel con San Francisco de Asís y San Francisco Javier (fechada en 1682), el primero domina preponderantemente los espacios, haciéndose notar además por su posición de altura, de dominio triangular, con respecto a las otras figuras y por la riqueza del colorido en los vestidos y en las transparencias. Obsérvese que en esta obra, firmada al dorso, con monograma, por Víctor Francisco de La Cruz, en 1682, aparece otra vez la remembranza del paisaje de estas tierras, colindando con las nubes.
La realización de piezas de una misma temática fue una práctica común durante la Colonia e incluso en el siglo XIX; así lo podemos observar también en dos obras del Pintor del Tocuyo en torno a “Las Benditas Ánimas del Purgatorio”. Es indudable que a pesar de tratarse del mismo tema y de la realización única de un pintor, una de las obras posee mucha mayor plasticidad, dominio de los espacios y de los volúmenes que la otra, así como una mejor distribución de los espacios y de las figuras, un mejor dominio de rostros y cuerpos; pero ambas obras contienen una gracia irreprochable, sello inconfundible del misterioso colonial artista larense.
Willy Aranguren