En Venezuela y otros lugares del mundo, hay un día especial para honrar a los difuntos. Visitas a cementerios, rezos y velas encendidas son parte de las tradiciones más comunes y universales. Sin embargo, existen costumbres no tan conocidas que determinadas sociedades celebran, las mismas guardan vínculo íntimo con creencias ancestrales. En Curarigua, Estado Lara o en la Mesa de Guanipa, Estado Anzoátegui, en Venezuela, así como varias ciudades en México, se practican ritos que les distinguen por su singular manera de entender la muerte desde la vida.
El Gritón
Diez de la noche, la procesión se interna en uno de los muchos caminos del caserío, sus voces en débil falsete, cantan las aves María del Rosario. Antecediéndoles, a distancia aproximada de cien metros, “El Gritón”, personaje solitario, va parándose ante las cruces de su ruta para dejar una vela encendida. En cada Misterio del rosario la procesión se detiene, un golpe sólido sobre una “campana” (escardilla sin cabo) es la señal para que el solitario hombre grite un imperativo mensaje entonado con cierta melodía que nos recuerda las salmodias católicas: “¡hagan bien por las ánimas del purgatorio: ¡Un Padre nuestro y un Ave María, por el amor de Dios!”. El pedimento se oye en todo el lugar. Es el momento para que los fieles hagan en casa sus oraciones.
Rosario de ánimas se le denomina en Curarigua, Barquisimeto y algunos caseríos del Municipio Urdaneta. El ritual se realiza desde el dos de noviembre, así como en los “Cabo de año” y fin de novena. De esta manera los familiares fallecidos son acompañados en su tránsito al más allá.
Deudos que regresan
El primero y dos de noviembre en Tascabaña y otros poblados de la Mesa de Guanipa, (Cachama, Bajo Hondo, Mapiricure, Las Potocas, Barbonero, Caico Seco); grupos de personas adultas e infantes visitan las casas donde les reciben con frutas y alimentos. Es creencia de los Kariñas, indígenas descendiente de los Caribes, que en este día los deudos vuelven a sus hogares: “los estamos recibiendo pero ya no lo estamos viendo, sino solamente en espíritu. Son los espíritus que vienen junto con los visitantes…”
El día 1ro es la fiesta de los niños, ellos se dirigen en grupos hasta las casas de sus vecinos y son recibidos con alegría, en cada hogar que visitan les brinda Cashiri (bebida de yuca fermentada realizada por los kariña) frutas, alimentos, sobre todo en las casas donde un niño ha fallecido, según la creencia el familiar llega en el cuerpo de alguno de los visitantes.
El día dos es la fiesta de los adultos, grupos de músicos llevan sus instrumentos y cantos a cada hogar; el cuatro, la guitarra, la mandolina, el tambor y las maracas son los instrumentos acompañan al cantador que dedica emotivos versos a la familia visitada. Se cree que quien canta representa al familiar muerto; igualmente es agasajado junto a sus acompañantes. Los kariña bailan el Mare Mare, es un día largo que comienza con la visita al cementerio en la mañana, y por la tarde el recorrido de las casas con música y baile. Mujeres y hombres entrelazados danzan en fila juntos al ritmo de la música, avanzan, retroceden y giran.
Flores de Cempasúchil
Velas, sal, agua y alimentos, son parte de los elementos que conforman el altar del día dos de noviembre en diferentes ciudades de México, donde la espera del regreso de las almas es convertida en una gran celebración. La familia se reencuentra con sus seres queridos ya fallecidos. Los mexicanos, al igual que los kariñas heredaron una tradición de sus ancestros indígenas; en ambos casos, la muerte no es vista como un adiós definitivo, los deudos vuelven cada año y por esta razón son esperados con alegría, los altares de cada casa se arman con elementos que recuerdan la historia personal del fallecido: juguetes (en el caso de niños fallecidos), su ropa, instrumentos musicales, la familia pasa la noche en los cementerios y para facilitar el camino de vuelta al hogar, las velas ofrecen su lumbre, y el camino es señalado por el color aroma de las flores de Cempasúchil.
El sendero
Vivir y morir es un proceso por etapas. En Lara la espiritualidad del rosario acompaña una ida, aunque sin regreso inmediato. En las comunidades con marcada ascendencia indígena se prolonga la convivencia por lapsos cortos que se repiten cada año. Diferentes estilos, una expresión común de solidaridad social-familiar que hace más llevadero el dolor, que da explicación y sentido a la pérdida y, sobre todo, que no abandona ni olvida. Quien se va cuenta con camino y compañía, quien queda, es preparado para el viaje. Porque desde la vida, todos transitan el mismo sendero de los muertos.
José Esteban Pérez Sira