En el trópico disponemos de una oferta ambiental muy amplia, entre la que se encuentran numerosos recursos botánicos. Con el transcurso del tiempo es cada vez menor el número de plantas que utilizamos en nuestra vida diaria, esto es particularmente cierto en el caso de las frutas tropicales, de las que existen alrededor de tres mil tipos comestibles, donde apenas un centenar forman parte habitual de nuestra dieta. La existencia de tal variedad de frutas tropicales comestibles tiene expresión en distintas manifestaciones de la cultura popular tradicional, como leyendas, ritos, creencias, recetas de cocina, remedios caseros, juegos infantiles y adivinanzas.
Como país tropical nos caracterizamos por una variedad y diversidad de seres vivos, la multiplicidad de plantas y animales siempre ha constituido una base de recursos que el hombre ha utilizado para sustentarse y ha formado parte del patrimonio también de nuestros pueblos, de esa riqueza, que, transmitida de generación en generación, es base de nuestra existencia como nación. Los frutales en su estado silvestre fueron el sustento de los pueblos recolectores. El patrimonio ambiental que los frutales representan puede crecer, disminuir o perderse si caen en el desuso y en el olvido, esto puede ocurrir con los frutales autóctonos, sobre todo aquellos que no se cultivan comercialmente.
Se conocen como frutales menores a aquellos que siendo autóctonos o introducidos, se cultivan en pequeños espacios cercanos a las viviendas, tales como huertos, solares o patios, y su producción está destinada principalmente al consumo doméstico. Algunos de los frutales menores más conocidos son: el Anón, la Ciruela de Huesito, la Chirimoya, el Higo, el Icaco, el Membrillo, el Riñón, el Semeruco, la Granada, entre otros.
El Anón liso o corazón, es una fruta conocida y antigua, originaria de las indias occidentales, que se encuentra distribuido desde Centroamérica a Perú y Brasil, y llevada hasta Europa. Este fruto es utilizado para la elaboración de helados y de bebidas, así como para su consumo como una fruta fresca. Se conoce también por el poder insecticida de sus semillas, hojas y frutos jóvenes. Por ser un árbol místico y adaptable se recomienda como patrón para injertos de otras especies y para construir cercas vivas.
Es un árbol pequeño (5 a 8 metros aproximadamente) de copa extendida e irregular. Su fruto tiene forma de corazón o esférico, con un diámetro de 8 a 12 centímetros, cáscara de textura lisa, color verde rojizo y superficie levemente reticulada con líneas que forman hexágonos. Su pulpa es de color blanco amarillento, algo dulce, jugosa y muy aromática. Se siembra en hileras con una separación entre plantas de unos 8 metros, y preferiblemente debe sembrarse en la época de abril a mayo, para ser cosechado a lo largo de todo el año.
Las frutas tradicionales representan un potencial económico dormido que todavía no hemos aprendido a utilizar y muchos aspectos de sus cultivos que todavía son desconocidos para nosotros. Al hacerse nuestra población mayoritariamente urbana y con un modo de vida cada vez más alejado del entorno natural, le hemos dado la espalda al conocimiento de nuestro medio y a esa parte de nuestra cultura tradicional que toma como elemento suyo, el saber empírico sobre la naturaleza y su aprovechamiento.