El barro que acompañó siempre el vivir de los pueblos encontró en los hacedores al margen de sus cronistas, encontró en los haced de sueños, historias, costumbres y religiosidades; encontró a los imagineros de la osadía, que con la forma y el color espontáneos enmagian el rito del arte.
A las tierras merideñas las pisaron los timotes y los cuicas y de ellos es que le caen a una de las tradiciones loceras.
Catalina Rojo
Por Los Guáiramos, Catalina Rojo no se acuerda de le fecha en que nació, pero cree que sería “por el año treinta, por el día tres del mes tercero”. Ha hecho de la locería su trabajo de toda la vida. El amasar, el modelar y e quemar barro se lo enseñaron los monos a sus taitas y de ellos aprendió este oficio, “el más simple de la naturaleza, porque la tierra la tengo aquí mismito arriba, el agua me pasa por aquí enfrente, y estas manos Dios me las otorgó para tenerlas activas y con destino de locería”.
Le hizo fama a sus ollitas múcuras, y chirguas “con las decoraciones que una misma sacó de sus imaginaciones, pintándoles ramitas y flores y torciditos como esos que una ve en las nubes”, “porque el cielo no le concede a una todas las cosas y nunca se me dieron las habilidades para figurear lo humano”.
Elvira Aparicio
Para Elvira el hacer loza “es un oficio para ayudar a la familia en estos tiempos difíciles, y es porque la loza tiene salida de comercio. Mis muñecas solo les gustan a las personas particulares que tienen su colección; los compradores prefieren las figuras en serie, que si cien nacimienticos, cien mujeres camapanita, cien mucuritas con cara de muñeca, cuarenta calabazas como las brujas norteamericanas y cosas así, que nosotras no hacemos. Ellos muchas veces vienen aquí con modelos de plástico o de porcelana y hay quienes se los aceptan. Nosotras solamente hacemos la locería de vajillas y en mis ratos de descanso yo modelo mis figuras que es como jugar muñecas; tal vez para sentirme un poco niña, que es un verdadero placer. A Elvira la enseñó su hija Catalina.
Beatriz Gavidia
A Beatriz la enseñó su mamá, locera afamada por diseño y cumplimiento. “Comencé pidiéndole una ayudita con como entretención, para que conociera el trabajo del barro, porque a los jóvenes de ahora hay que buscarles otros caminos con el estudio y otros oficios que sean de más defensa para estos tiempos duro”, afirma Ana Rosa Briceño, la madre de Beatriz.
Para Beatriz, amasar la arcilla es otro de sus juegos porque de una pelotica “vas formando y formando, y de ahí le sacas brazos y le tiras la naricita y le marcas los ojitos, o sea, vas jugando a muñecas. Mi primera obra por propio riesgo fue un nacimiento (…) a los otros que he hecho he logrado darles formas diferentes porque mesas en serie no tienen el mismo valor y son muy aburridas”.
Texto extraído del libro El barro figureado, editado por Fundación Bigott