La cerámica constituye el testimonio arqueológico más abundante y significativo de las culturas prehispánicas en Venezuela. La región noroccidental del país (los Andes, el piedemonte oriental andino y los valles y llanos que se despliegan hacia la zona norte y central) es una de las áreas geográficas que hasta ahora han revelado una mayor riqueza en restos cerámicos. En este texto hemos dedicado especial atención a la que hoy ocupa el estado Lara, ya que nos interesa subrayar que algunas de las vasijas halladas en dicho territorio, además de evidenciar un refinamiento estético poco común, apuntan a un interesante simbolismo que podría manifestar las creencias sobre la vida y la muerte que profesaban sus antiguos pobladores. Mediante formas redondas, globulares, henchidas y sensuales, cuya decoración se resuelve en líneas curvas, onduladas y sinuosas estas piezas apuntan directamente a un arquetipo que podríamos considerar de carácter femenino y maternal.
Estas apreciaciones surgieron de un breve estudio ¡conográfico-simbólico limitado a la cerámica conocida como Camay (Peruga 1993). Pero hemos podido constatar que no sólo las piezas de esa región sino toda la cerámica de las diferentes series halladas hasta ahora en Lara así como muchas del piedemonte andino y también de la zona central (Incluida la hoya del lago de Valencia), debido a sus formas redondas y a la proliferación de curvas, parecen compartir esas características que aluden a lo femenino y apuntan a un arquetipo maternal. Contrariamente a ello, en las formas de las vasijas y en especial de las figurinas encontradas en los Andes (frecuentemente representaciones masculinas: secas, solemnes y huesudas) parece manifestarse un arquetipo que podría ser asociado en primera instancia con lo masculino. Febres
Cordero dio a estas figuras el nombre de Baco, debido a que suelen sostener en sus manos un recipiente de ofrendas, considerado por Febres como «un atributo báquico» (Pérez Soto 1971: 181), mientras otros autores, como Antolínez, las denominaron Pater (Arroyo 1971: 15).
Enfrentados a una naturaleza de desconocidos designios en la que se encontraban inmersos, es muy posible que los primeros hombres sintieran el mundo como una dualidad en la que actúan como fuerzas antagónicas, pero complementarias, lo masculino y lo femenino. Ello nos lleva a la idea de que, tal como sucedió en épocas muy antiguas en otros lugares del mundo, en el noroeste de nuestro país podrían haber actuado en el pasado (bien de modo simultáneo, bien consecutivamente) dos arquetipos opuestos: un arquetipo masculino en las alturas de los Andes y uno femenino en las laderas de la montaña y en los valles y llanos. Tal vez ello podría tener que ver, asimismo, con lo difícil o con lo benigno del clima y del suelo. Esta es una hipótesis sin confirmar, nacida, como dijimos, de la observación de las formas y decoración de las diferentes piezas halladas en ese amplio territorio. Los estudios que nos llevarían a poder confirmarla están por realizarse. Por el momento nos limitaremos a detallar algunos elementos que parecen poder confirmar nuestra apreciación de que la cerámica de Camay responde a una energía arquetípíca asociada a lo femenino. El estado Lara acoge al menos tres estilos cerámicos diferenciados: Tocuyano, Boulevard de Quíbor y Tierra de los Indios, este último originado en la serie tocuyanoide precedente (Rouse y Cruxent 1963: 91). La cerámica de Camay pertenecería, según Cruxent, al estilo Tocuyano, cuyo complejo cabecero fue descubierto por él en la quebrada El Tocuyano, al sur de Quíbor, en el mismo estado Lara, y tiene una antigüedad de aproximadamente dos mil años (1971: 58). Recibe su nombre, Camay, de una población situada al noroeste de Carora, en el estado Lara, donde el hermano Esteban Basilio, de la Congregación La Salle, halló en 1952 la primera de estas piezas: una urna funeraria.
Aunque por el momento es arriesgado intentar determinar a qué grupo indígena específico perteneció la cerámica rescatada allí, según Jahn (1927:331-332, en Sotillo, 1993: 7), la zona noroccidental de Venezuela estuvo poblada por aborígenes cuyas lenguas correspondían a las familias aruaco, betoy, caribe y timóte. Parece que en Lara y en las regiones adyacentes se asentaron en especial los aruaco y betoy.
Texto extraído de la Revista Bigott #46, editada por Fundación Bigott en el año 1998.