El Carnaval es una fiesta cristiana que integró a sus tradiciones una serie de costumbres y actos muy antiguos provenientes de diversas culturas y épocas; la Iglesia instituyó este período de tres días en el cual se admitían todo tipo de licencias, un tiempo de excesos en que se podía abusar de la comida, de la bebida, de la actividad sexual, en resumen: se autorizaba la violación de muchas de las normas que regían la sociedad, para preparar a las personas para el duro tiempo de Cuaresma, al que precedía.
Las condiciones que debían cumplir los cristianos durante los cuarenta días siguientes eran muy severas: se consumía una sola comida al día, generalmente compuesta de vegetales, y había prohibiciones de todo tipo. Sólo la oración y la penitencia eran permitidas, razón por la cual debía haber antes de ese período un breve tiempo de relajación de las costumbres, que compensara los sufrimientos a los que debían de someterse los creyentes. Con el tiempo, estas costumbres de Cuaresma se han modificado y paulatinamente se han hecho menos rígidas.
En nuestro país su presencia data del período colonial, cuando el poder español estuvo en condiciones de asumir el relajamiento de las normas, burla y crítica a las autoridades, inversión de roles y juegos propios de la fiesta.
Caracas fue desde 1700 escenario de tormentosas fiestas, cuyas crónicas hicieron destacados autores. Uno de ellos, Arístides Rojas, refiere que la capital «tenía que cerrar puertas y ventanas, la autoridad, las fuentes públicas, y la familia que esconderse para evitar ser víctimas de la turba invasora. Las tres noches de Carnaval de antaño, eran noches lúgubres; la ciudad parecía un campo desolado»87.
La versión que de la fiesta hace Jules Humbert corrobora las anteriores afirmaciones, pues el juego de carnaval con agua, harina y otras sustancias era de una violencia considerable, además de los bailes callejeros, entre los cuales resaltaban el fandango, la zapa y la mochilera, permitían entre hombres y mujeres contactos físicos inaceptables para la moral entonces vigente.
También la calle servía para el juego de la gallina ciega, la perica, el escondite, el pico-pico y los disfrazados deambulando con el discurso burlón a flor de labios. Los transeúntes estaban expuestos al riesgo del baño repentino, su rostro y cabellera a ser embadurnados. Los excesos fueron severamente censurados durante la gestión del obispo Diez Madroñero (1757-1769), quien consiguió apoyo para alejar temporalmente del Carnaval a su feligresía, que debió dedicarse a acudir a rosarios, procesiones y otros actos devocionales que se organizaron en los templos con la participación.
Sin embargo, señala Humbert:
Desaparecido el Obispo, el pueblo volvió a sus antiguas costumbres; batallas y aspersiones caracterizaron de nuevo el Carnaval, y las paredes guardaron sus manchas hasta el 23 de julio de 1883, víspera del centenario de Simón Bolívar. Ese día el gobierno de Caracas hizo blanquear todas las casas en honor al Libertador.
Este tipo de celebración del Carnaval se practicó en la mayoría de los poblados, siempre con apasionados seguidores y detractores.
En el período de gobierno de Guzmán Blanco, la fiesta adquirió características diferentes, se organizaron desfiles de disfraces, comparsas, carrozas y concursos, se pretendió sustituir parcialmente la ya arraigada forma del juego con agua, por el de confeti y perfumes.
Una tímida copia del Carnaval de los salones de la nobleza europea, con el patrocinio oficial, intentó un lugar entre nosotros y logró calar en algunas ciudades entre las clases media y acomodada, pero para la mayoría de la población el tiempo del juego con agua y harina y los estrafalarios disfraces no perdió su vigencia.
Algunos estiman que a partir de la promoción de este tipo de celebración se inició la costumbre de quemar la imagen del Carnaval o lo equivalente a su entierro, tradición de antigua práctica en países europeos que fue tal vez aceptada formalmente en nuestro territorio desde esa época.
Y se establecieron entonces dos formas del juego carnavalesco que coexisten hasta ahora en buena parte del país: desde la mañana hasta entrada la tarde es permitido -con regulaciones- el lanzamiento de agua, talco, huevos, pinturas y otras sustancias que en numerosas comunidades del centro y el oriente del país. Y la de disfraces, comparsas y carrozas para la diversión vespertina y nocturna que, pese a haber decaído en muchas regiones, mantiene en ciudades de importancia un interés desde el punto de vista turístico.
Se arraigaron en los estados orientales las llamadas Diversiones Pascuales que aún se presentan desde la Navidad hasta los Carnavales, se hizo tradición la salida de «los viejitos» en el Zulia, y de «mamarrachos» en casi todos los pueblos.
Continúa vigente la posibilidad de hacer irreverentes representaciones de personajes que simbolizan la autoridad, la inversión de roles incluyendo el masculino-femenino, el baile libre en las calles, la elección de reinas, de reyes burlescos y la liberación de rigurosas restricciones sociales.
Pese a que en general se considera una fiesta en continua decadencia, en poblaciones del litoral central, en barriadas de las grandes capitales y en ciudades del oriente y del sur, el Carnaval es motivo de alegres concentraciones de amplia participación colectiva, para las cuales se hacen preparativos organizados por juntas o comisiones especiales cuya actividad en general se asemeja en algo ala de los miembros de las cofradías.
Algunas comunidades son reconocidas como centros de diversión popular durante esta época y han logrado desarrollar particulares estilos de celebración aceptados como factor de identidad.
Los orígenes Aun cuando en importantes ciudades del oriente como Carúpano, Porlamar, Cumaná, Maturín y El Tigre, los Carnavales congregan a lugareños y pueblos vecinos, en El Callao, estado Bolívar, la fiesta adquiere especial significado.
Fuente: Atlas de Tradiciones de Venezuela. Caracas Venezuela: Fundación Bigott y El Nacional.