Quien sea cantador del pueblo debe cantar opinando, dice el verso popular.
Y es que la palabra en el ámbito de la literatura oral contiene un valor intrínseco otorgado por su fuerza social, de manera diferente al que se le confiere como objeto estético puro.
Debemos partir de la idea de que el canto del pueblo no es individual; se imparte y se asimila por un colectivo y constituye un diálogo múltiple entre el hombre y su medio.
Para el hablante popular latinoamericano, el sentido integrador que tiene la palabra -y con ella el canto- forma parte del legado histórico-cultural tanto de los pueblos africanos transplantados al continente americano, como de los pueblos europeos en misión evangelizadora, así como de las sociedades indígenas autóctonas. La palabra tiene para el africano un valor aún más amplio al que encierra el contexto dentro del pensamiento occidental. En el mundo filosófico del africano, el nommo, “palabra y agua y semilla y sangre a la vez” expresa un concepto que identifica no sólo al hombre sino a las divinidades, ya que la palabra (el nommo) tiene poderes elevadísimos y designa aquello por lo cual el muntu puede manifestarse y actuar.
La palabra en los textos y cantos africanos debe ser vista en función creadora, pues la acción de nombrar los objetos es un acto de creación en sí mismo que les da vida cuando son mencionados. La palabra dentro de ese amplio concepto tiene una misión fecundadora, por la que aparece, como señala Leonardo Acosta, reflejando el sentimiento del negro en la magia, la música, la poesía o cualquier acto expresivo del hombre.
Observando el carácter de la palabra y el texto en las regiones negroafricanas de Latinoamérica, vemos que la literatura se convierte en un acto de protesta necesaria. Los diferentes movimientos surgidos en torno a la vida y costumbres del africano plantean temas que apuntan hacia una visión ideológica del mundo, de acción política, donde no pueden dejarse de lado las luchas sociales que vinculan actualmente a las comunidades negras del mundo, a las conquistas en tomo a sus necesidades de existencia y liberación social. Por ello, el arte integrado a las culturas negras debe verse como una creación en permanente combate, como la expresión de ideas largamente reprimidas y vinculadas ahora a la lucha política.
En Venezuela, abundantes y variadas fueron las razones que determinaron los aportes culturales del África negra, y en consecuencia, los procesos y representaciones del mestizaje fecundo que sobrevino a este acontecimiento histórico.
Estas razones de carácter diverso responden en muchos casos a los modos de explotación a que fueron sometidos los esclavos negros y, en otros casos, a circunstancias históricas que vivieron una vez que alcanzaron el status de morenos libertos, como fueron denominados en algunos lugares del país.
Las diferencias presentadas entre los contingentes de esclavos que arribaron a Venezuela se sintieron seriamente en las lenguas originales y en los hábitos y costumbres sociales. La mayoría provenía del África occidental. También llegaron de la región que actualmente abarca los Estados de Senegal, Guinea, Sierra Leona, Ghana y Dahomey. El antropólogo venezolano Miguel Acosta Saignes precisa que a Venezuela llegaron grupos pertenecientes a los gentilicios loango, mina, tari, congo, angolas, carabalíes y mondongos. Además de la natural diversidad que implica este hecho, se produjo una dispersión generada por los propios explotadores, con el fin deliberado de separar a los esclavos entre sí, de manera que su contacto se viera entorpecido por carecer de una lengua común.
Texto extraído de la revista Bigott #56, editada por Fundación Bigott en el año 2001.