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Patrimonio cultural

La monumentalidad de lo moderno

Caracas es el mejor síntoma: el culto rendido hoy día al patrimonio histórico es el factor revelador, desatendido y sin embargo esplendoroso, de una condición de la sociedad y de las cuestiones que la forman. Desde los años 60, los monumentos históricos ya no constituyen más que parte de una herencia que superó la interpretación idealista (con la valoración exclusiva de los edificios perfectos) que no cesa de aumentar debido a la incorporación de nuevos tipos de bienes y categorías en la que ingresan el pop y el arte conceptual; la ampliación del marco cronológico y de las coordenadas geográficas donde se inscriben amplía a su vez la interpretación de esa monumentalidad. Desde entonces se han incorporado todas las formas del arte de construir, cultas y populares, urbanas y rurales, sofisticadas y toscas, y todas las tipologías de edificios: públicos y privados, de lujo y funcionales, y hasta industriales. Y todas las razones históricas y políticas. Así pues, la esfera patrimonial ya no se reduce a los edificios individuales, sino que a partir de ese momento incluye también los conjuntos construidos: manzanas y barrios, pueblos y ciudades.

En el paisaje de la ciudad contemporánea, la arquitectura académica, fundamentada en la poética del funcionalismo, escenificó el marco en el que se dimensionó el canon de la cultura popular e incorporó un nuevo estilo de vida al marco de la sociedad. La referencia a estos espacios filtrados en las urbanizaciones obreras transformó definitivamente el esquema parroquial de La Pastora o San Juan hacia una diversidad infinitamente actual y explosiva. Así como la reurbanización de El Silencio, la construcción de la primera etapa de la Ciudad Universitaria y las torres del Centro Simón Bolívar, cierran el ciclo de un tiempo protagonizado desde 1930 por la primera modernidad; el inicio del Aula Magna y la Plaza Cubierta, la urbanización 23 de enero y la autopista Caracas-La Guaira, signarán la apertura de un nuevo tiempo en la historia de la arquitectura venezolana que ingresa en la tradición secular.

La complejidad de una espacialidad vinculada con las tendencias de vanguardia, la búsqueda tecnológica y la expresión de un funcionalismo extremo permitirán el desarrollo de un laboratorio de espacios y de modos de comportamiento notables a escala continental. La definición del área metropolitana de Caracas extiende los limites donde se construye el paisaje moderno; el dominio de la geografía a partir del desarrollo de las nuevas autopistas; la implantación de una serie de edificios autónomos, entre los que destacan: el Hotel Humboldt, la Torre Polar, el Hotel Tamanaco, el Centro Profesional del Este, el Club Táchira, el Hipódromo y el Helicoide; la prolongación de las avenidas Bolívar, Sucre y San Martín establecen el campo de acción donde actuará una segunda generación de arquitectos conducidos por una voluntad plenamente moderna.

Instalada entre la ciudad de los sueños y la ciudad real, la ciudad de la plena modernidad resguarda un arsenal de referencias, situaciones y recuerdos que revelan la consagración de la ciudad cotidiana y verdadera. Los monumento de la modernidad, muchos de ellos presentes como bastiones solitarios, revelan un recorrido memorable ya que hacen habitable la utopía. Se comportan como las referencias ineludibles del siglo XX y de algo que trasciende la vida urbana contemporánea. Los documentos de los 50 se levantan entre las ruinas como acentos en el inmenso texto de la ciudad, proyectando el inconsciente en la ciudad misma. Conforman el cuerpo simbólico de un saber venezolano y constituyen el trazado visual de las referencias míticas que nos permiten reconocer y redescubrimos entre ellas. Autopistas, esculturas, detalles, espacios internos, mobiliarios, avenidas y arquitecturas manifiestan públicamente la verdadera dimensión escénica de la ciudad. Los monumentos y los edificios permiten la apropiación del espacio urbano a través del conocimiento de la historia; el Helicoide y la avenida Fuerzas Armadas; el Humboldt y la montaña; las Torres del Centro Simón Bolívar y la avenida Bolívar; el 23 de Enero y la avenida Sucre; la Torre Polar y la plaza Venezuela; el recinto interno del Aula Magna y la Ciudad Universitaria; el Aeropuerto de La Carlota y el Parque del Este; los Boquerones y la autopista Caracas-La Guaira; el Circuito de la Nacionalidad y el Patio de Honor de la Escuela Militar; María Lionza y la Autopista del Este; trazan la cartografía de una modernidad inapelablemente caraqueña. “El monumento es una defensa contra el traumatismo de la existencia, es un dispositivo de seguridad; el monumento asegura, tranquiliza y apacigua conjurando el ser del tiempo.

 

Texto extraído de la Revista Bigott # 50, editada por Fundación Bigott en el año 1999