Hay transculturación cuando se establecen intercambios culturales, cuando se operan mezclas que producen simbiosis y osmosis entre las culturas, cuando el sincretismo puede llevar a la investigación de
los diferentes orígenes étnicos y sociales. La cultura occidental es obra de intercambios entre los más diversos pueblos, unos autóctonos en relación con invasiones ulteriores, como sucedió con las llamadas indoeuropeas. En las transculturaciones pueden convivir, como en la India, cultos, cosmogonías y mitologías diversas hasta formar un nuevo cuerpo cultural. Sería el caso del helenismo.
La dependencia tiene elementos de transculturación o aculturación pero predomina sostensiblemente el imperialismo económico, político y cultural, en forma frecuentemente impuesta o bien producida por la endeblez autóctona, la corrupción de las costumbres, los gobiernos títeres, la incoherencia social… Limitándome a Venezuela vuelvo a decir que pasó de procesos transculturativos desordenados, a la dependencia su misa hacia Estados Unidos, no sólo porque esta gran potencia profesa una política de predominio (el Destino Manifiesto)
sino porque el desarrollo transculturativo venezolano fue espontáneo en el campo agrario, obra de siervos y esclavos, después de campesinos y peones, cuyas manifestaciones y creaciones rituales nunca despertaron interés en los estamentos sociales más altos y tampoco en los gobiernos, generalmente de iletrados trepadores prevalecientes desde la Independencia. Los gobernadores españoles, con honrosas
excepciones, tal don Vicente Emparan, admirado por Humboldt como gen u in o representante de la Ilustración, no tenían la función de fomentar la cultura popular. Eso quedaba a cargo de la Iglesia, la cual hizo mucho en ese aspecto, revistiendo de catolicidad, festivales orgiásticos o irreverentes, paganoso agrícolas, formados en el terruño con presencias transculturadas europeas, africanas e indígenas.
Tuve la iniciativa, en m i juventud, de ser uno de los pioneros en el estudio de la cultura popular tradicional de Venezuela, la cual m e reveló sus secretos, magias, supervivencias, creaciones y realidades sincréticas. Hoy en día, la dependencia y la transculturación negativa traídas por la tecnología audiovisual, sobre todo por la TV, simple receptor de videos norteamericanos de comercialización amoral pues constituyen, en general, expresión es del culto de la violencia por la violencia misma, han alterado globalmente, valores, jerarquías, tradiciones, comportamientos de la población de menores recursos, afectando también en la misma forma, a los estamentos superiores y, en particular, a la juventud alienada de espectáculo, consumo, modas, norteamericanas…
La transculturación hispano-indígena-africana no sólo creará la entidad de mitos arquetipales universales, sino del folclor, en sus aspectos literarios, plásticos, ceremoniales, anímicos. La población de fantasmas y aparecidos será numerosa: Sayona, Dientona, Animas Solas o en cortejo, carretones nocturnos con su carga de esqueletos, tal como los pintó el fúnebre y genial intérprete de la España Negra, José Gutiérrez Solana, monjes errantes, luminarias de almas en pena, procesión es de encapuchados, descabezados portando su s cabezas, lloronas, niñas de la niebla, enanos, gigantes, leñadores y hachadores espectrales, animales maléficos: la uía “manía”, el Potro del Demonio, el Mocho de Martingala “que el que lo monta, lo paga ”, el caballo blanco o caballo de la media noche, el salvaje medio bestia y medio humano que rapta a las mujeres lavadoras en ríos, quebradas y lagunas, las monta a un árbol y les lame la planta de los pies para que no puedan huir.
María Lionza, madre de agua aborigen, sincretizó su imagen caquetía hirajara en la belleza españolísima de la emperatriz Eugenia Montijo, esposa de Napoleón Tercero. Hoy en día, el culto de María Lionza es una inmensa encrucijada de aculturaciones, las unas de origen venezolano, las otras arropadas por la santería cubana, de origen yoruba, el culto a Changó, desprendido de aquélla y ron dando por las islas caribeñas de lengua inglesa, el vutlú haitiano y sus dibujos simbólicos, prácticas fragmentarias de espiritismo, budismo, fakirismo, traídas por culíes trinitarios o por gurúes itinerantes, lecturas desordenadas de revistas o manuales de brujería. La corte original se ha multiplicado. Ese mundo ancestral responde al inconsciente colectivo puesto al descubierto por el genial Cari Gustav Jung y se complementa con las fiestas rituales de procedencia agraria, tal los velorios de la Cruz de Mayo, los toques de tambor de San Juan , las ceremonias de la Navidad particularmente variadas en los estados andinos, el tradicional entierro de la sardina, los diablos de Corpus Christi, las locainas, los festejos de San Benito negro, el extraordinario Tamunangue en honor a San Antonio de Padua, con sus siete sones, su esgrima de garrotes inicial y su salve final. Estas festividades rituales respondían al trabajo agrícola anual y los santos invocados estaban relacionados con los frutos y las fiestas patronales.
Texto extraído de la Revista Bigott # 21, editada por Fundación Bigott en el año 1992