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Cultura popular

Memoria de una ciudad portátil

EI agua unió España a los territorios del Nuevo Mundo, y el agua sirvió de vía de penetración hacia las llanuras y regiones selváticas del Orinoco y el Amazonas. Azules aguas de océano y mar trajeron a los barcos de Colón y de las primeras expediciones. Aguas marrones, plomizas, tornadizas a la luz del sol de los trópicos, lanzaron por el Orinoco, en remonta o en bajada, a los fundadores de pequeños pueblos, símbolos de la conquista y extensión del imperio como de la voluntad misionera y la expansión católica.

Las siete Santo Tomé fundadas y refundadas, traslaticias ante las incursiones enemigas, fueron producto de la aventura fluvial. Las primeras Santo Tomé buscaron asiento y constituyeron fortaleza en las cercanías del encuentro de los dos ríos, Orinoco disparado hacia la ramificación majestuosa de las 36 bocas deltanas, y Caroní desbocado en caídas y saltos. Por esos predios, en la provincia de Morequito, a dos leguas de la desembocadura del Caroní en el padre Orinoco, Antonio de Berrío, levantó el día de Santo Tomás, 21 de diciembre de 1595, la capital de El Dorado, Santo Tomé de Guayana. Santo Tomé en gallego y portugués es, simplemente, Santo Tomás. Apenas habitado por 60 vecinos, aquel poblado estaría destinado a trasmutarse en tiempo histórico excesivamente mudadizo. Saltando de un lado a otro, aldea ribereña a la búsqueda de sede estable, Santo Tomé terminaría, por fin, como ciudad fija, dúplex, demasiado moderna, cansada de viajes, y amansada el 2 de julio de 1961, teniendo al norte el Orinoco y a ambos costados el Caroní: por el oriental al viejo puerto de San Félix y por el occidental Puerto Ordaz, apenas surgida en 1952 al empezar la explotación y exportación de mineral de hierro.

Tres años bastaron para la primera mudanza. En el breve Interludio Santo Tomé de Morequito vivió “de los rescates y del tráfico de indios de presa, (esclavos) que vende a los corsarios’’, así como del comercio libre con barcos mercantes holandeses (Marc de Civrleux). El repoblamlento de 1598, realizado por Fernando, hijo de Antonio de Berrio, lo alejó del Caroní hacia el este, a media legua de la ensenada de Aruco o Macuro. Al realizar este desplazamiento, como aldea fortificada, buscaba Berrío protección ante los ataques, pero en 1629 el holandés Janszoon Pater incursionó en el lugar.

Se estaba aún en la etapa, como la llamó Hernández Grillet, de asentamientos ribereños precarios, propios de los tiempos del Descubrimiento y la Conquista, que no permitían la fijeza en la empresa de poblamiento. Desde entonces a 1764, cuando Moreno de Mendoza la erige a la vera de la angostura del Orinoco, Santo Tomé cambió de sitio tres veces: entre 1632 y 1633, en terrenos malsanos situados al sur del poblado precedente; entre 1638 y 1642, “tres leguas más arriba de la boca del Caroní, con el nombre de Santo Tomé del Santísimo Sacramento de Guayana»; y entre 1642, al ser trasladada a la boca del Usupamo y construido, como punto defensivo, el Castillo de San Francisco, y 1764, al ser fundada la Nueva Guayana de la Angostura del Orinoco.

Manuel Alfredo Rodríguez, en su acucioso libro La ciudad de la Guayana del Rey, exalta la vasta labor de Centurión, llegado a Santo Tomé de la Angostura dos años después de la fecha fundacional. El nuevo Comandante de Guayana rodeó a la pequeña y pétrea ciudad de aldeas indígenas y mixtas y trajo el primer contingente de caraqueños:

“Esta gente fue la vanguardia de un total de más de 200 familias venidas a Guayana por obra de su celo y de la confianza que inspiraba”.

 

Texto extraído de la Revista Bigott #33, editada por Fundación Bigott en el año 1995