La historia de la música está plagada de ejemplos de interrelación entre música académica (mal llamada clásica o culta) y la música popular. Una infinidad de aportes mutuos hermanan su transcurrir. Sin embargo, frecuentemente uno ve en los sectores académicos, desconsideración o desprecio hacia las manifestaciones musicales populares, considerándolas como un ejercicio menor, de inferior valor estético refiriéndose a las músicas indígenas o folklóricas, y las simplemente comerciales (como sinónimo de superficiales y oportunistas) al aludir a las músicas masificadas por la radio, la televisión y el video. A su vez, en ciertos sectores exitosos de la música popular, también se aprecia un desdén hacia la música académica tildándola de desactualizada, elitesca y aburrida.
Sin embargo, basta con entresacar algunos ejemplos de la historia, para darnos cuenta de que esto no ha sido siempre así. Uno de esos préstamos ha sido la suite. La serie (odre) de piezas que integraron esta forma musical a lo largo de los siglos XVI y XVII, fueron en su origen danzas populares, que ascendieron a los salones aristocráticos—En especial a la corte de los reyes franceses de los Luises— , de allí que la pavana, la gallarda, la alemana, la corriente, la sarabanda (de probable origen americano), la guiga etc., fueron configurando lo que se conocerá como suite. Y a la manera de aquellas antiguas danzas de las que prácticamente la historia no puede precisar ni siquiera el lugar de origen, compositores de la talla de Purcell, Corelli, Couperin o Johann Sebastian Bach le prestaron su pluma y numen con reiteración.
Otro préstamo de lo popular a lo académico, por citar algo al granel, fue la idea del sistema de afinación conocido como el temperamento. Cuando en el siglo XV se plantea en la práctica musical qué hacer con la fabricación de los instrumentos musicales para que respondiesen al sistema tonal modulante, afloró con un sentido pragmático el viejo problema del tono grande y el tono pequeño, ya detectado y estudiado por teóricos como Aristóxenos (ca. 350 a,d. C) o Dídimo (ca. 60 a.d. C).
Este viejo problema consistía simplemente en que el ciclo tonal occidental no era cerrado sino abierto. Tan simple como, para decirlo con palabras de hoy, que un si sostenido, por ejemplo, es un poco más que un do natural. Esta pequeña diferencia es la que conocemos en la historia como coma pitagórica. Posteriormente, en el siglo XV, cuando los instrumentos musicales ganaron un papel protagónico en el quehacer musical, había que solucionar en forma práctica, desde su fabricación, este problema planteado hasta ese siglo reiteradamente pero sólo en forma teórica,
ya que los instrumentos derivados de la familia del laúd como guitarrillas, vihuelas, mandolinas, bandolas… o sea, instrumentos cordófonos punteados de mango y traste, así como los de teclado, especialmente el órgano, tenían condicionada su afiliación ya desde su construcción. Pues bien,
Bartolomé Ramos de Pareja, el teórico español de Baeza, propone en su música Práctica (1482), hacer lo que venían haciendo ya los vihuelistas populares, esto es, dividir la octava en partes iguales. Poco a poco se van adhiriendo a esta proposición teóricos como el monje franciscano Zarlino, o músicos como J.S. Bach, hasta que finalmente el sistema de afiliación temperado se impone en la música de la cultura occidental.
EI tema coral que Bach coloca hacia el final de “La Pasión según San Mateo», que por otra parte utiliza 25 veces en diferentes partes de su obra, fue originalmente una melodía popular. Las obras de J. Haydn, W. A. Mozart, L. van Beethoven, J. Brahms… están plagadas de temas populares. Ni qué hablar de los préstamos de lo popular a la música académica en los compositores de las escuelas nacionalistas rusa, checa, eslava, española de finales del s. XIX, o de las latinoamericanas de la década del treinta de este siglo, pues la posición central de esta corriente estética fue precisamente esa, la de basarse o recrear los valores nacionales tradicionales tomados del folklore.
Texto extraído de la Revista Bigott #28, editada por Fundación Bigott en el año 1993.