La población indígena, aun cuando constituye el estrato demográfico más antiguo de Venezuela y de todo el continente americano, no es en última instancia autóctona de América. Las investigaciones arqueológicas, paleontológicas y antropológicas han ahondado en esta problemática, y los diversos autores coinciden en señalar que la población del Nuevo Continente llegó en oleadas sucesivas desde el continente asiático, a través del estrecho de Behring y las islas del Pacífico. En cuanto a la época probable de llegada de los primeros contingentes, las evidencias arqueológicas han demostrado que es mucho más antigua de lo que tradicionalmente se suponía, y se remonta a no menos de 30.000 a 40.000 años, es decir, a mucho antes del Neolítico y de la última glaciación. La importancia de este hecho para la lingüística consiste en que explica la enorme variedad y diversidad de las lenguas que se hablan en nuestro continente. Todos los investigadores especializados concuerdan en que el mapa lingüístico de América es el más complejo y rico del mundo entero. Abarca más de 1.500 lenguas pertenecientes a cerca de un centenar de familias diferentes. Venezuela no es tampoco, desde luego, una excepción a este panorama de extrema riqueza y diversificación lingüísticas. Hoy en día se hablan en territorio venezolano alrededor de 30 lenguas indígenas, sin contar las variedades dialectales regionales que muchas de ellas adoptan. En este punto es necesario hacer una advertencia. Constituye un error muy común confundir los términos lengua y dialecto, o más exactamente, utilizar el segundo con una carga un tanto peyorativa, como queriendo afirmar que se trata de lenguas incompletas o inferiores. En consecuencia, es muy corriente oír decir que los indígenas hablan tales o cuales “dialectos”, y este error es transmitido y perpetuado por los textos de historia de Venezuela destinados a la población escolar. Lo cierto es que nuestras poblaciones indígenas hablan lenguas tan completas, complejas y ricas como el español, el francés o el inglés, con la única diferencia de que aquéllas no disponen de una extensa literatura publicada, y en muchos casos carecen incluso de un sistema de escritura comúnmente aceptado. Ahora bien, hay que tener muy claro que la escritura es un fenómeno superficial en relación a la lengua hablada, y su ausencia nada dice acerca de la naturaleza, el valor o la complejidad de la lengua como tal. El hecho de que la escritura no haya aparecido espontáneamente entre los pueblos indígenas de Venezuela sólo significa que no llegó a surgir la necesidad histórica que le diera origen. Hoy en día se están adaptando la mayoría de las lenguas nativas a su utilización por escrito, y ello hace resaltar su riqueza expresiva, su notable arquitectura gramatical, amén del valor intrínseco y la originalidad de su literatura.
Por consiguiente, debemos hablar de lenguas, o idiomas -ambos términos son sinónimos-, en el sentido más estricto de la palabra. En cuanto a los dialectos, también existen en el seno de las lenguas indígenas, al igual que en el español. Los dialectos no son más que variedades regionales y locales de una misma lengua, que se diferencian levemente en cuanto a pronunciación, entonación, giros y expresiones características, pero que guardan entre sí una mutua inteligibilidad.
En las últimas décadas hemos sido testigos de un hecho sociocultural de gran significación en los países latinoamericanos, cuyas repercusiones aún no se han manifestado en toda su magnitud. Se trata de lo que podría denominarse, sin riesgo de caer en exageraciones, el renacimiento cultural de los pueblos autóctonos de América. El fenómeno es mundial en última instancia, puesto que procesos similares de reafirmación nacional y étnica han tenido lugar en otros continentes, como Asia y África, sin excluir a la propia Europa, donde las minorías nacionales han comenzado a exigir cada vez con mayor energía sus derechos sociopolíticos, culturales y lingüísticos en el marco de los estados nacionales a que pertenecen. Las causas que han generado este vasto proceso de cambio histórico son muy complejas y variadas para ser desentrañadas aquí, pero una aproximación superficial nos indica con claridad el papel que han jugado factores como el resquebrajamiento progresivo del sistema colonialista durante el siglo xx, los grandes conflictos bélicos, el afianzamiento de las organizaciones internacionales, así como también la maduración de las ciencias sociales en tanto que intérpretes y voceros del sentir y de las aspiraciones legítimas de los conglomerados humanos que pueblan el planeta.
Es en este complicado contexto, precisamente, donde tiene lugar el despertar de las naciones y culturas autóctonas de América, las cuales habían sido secularmente sojuzgadas y marginadas en el seno de los propios países donde se encuentran enclavadas. El complejo de inferioridad colectiva que se había generado en ellas como subproducto de una dominación expansionista apoyada en la fuerza bruta y en ideologías de corte positivista, tecnocrático e incluso racista, va cediendo terreno gradualmente a una resistencia activa, a un orgullo étnico y a una conciencia clara de los propios valores societarios. La ciencia social de vanguardia, y en particular la antropología crítica y comprometida, se ha hecho eco de estas nuevas realidades y las ha convertido en motivo primordial de su propia reflexión y de su programa de acción consecuente.
Texto extraído de la Revista Bigott #40, editada por Fundación Bigott en el año 1996