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Artistas

Ramón Figueredo cuenta su historia como luthier

En Fundación Bigott recordamos con esta entrevista al gran maestro Ramón Figueroa, uno de los mejores luthiers de Venezuela, quien, además, es fuente de inspiración para los venezolanos.

Entrevista a Ramón Figueroa, Cumaná, Estado Sucre, 1973

Nací en la calle García de aquí de Cumaná, antier cumplí 59 años y hago cuatros desde que tenía 14. Aprendí de manos de mi papá que fue el fundador del cuatro aquí. Él vivía en las charas con sus padres, y vio una vez haciendo un cuatro al señor Jesus Maria Gómez, tomó como base de allí lo que le gustó, llegó a la chara y con un machetico y una cosa, armó el cuatro. Su papá en lo que lo vio le dijo: “¿Mijo, tú has hecho eso? ¡Te voy a comprar unos hierros!” Y le compró unos hierros. Él se puso a hacer cuatros y ya el viejo pensó en vender las charas y venirse para la ciudad.

Tengo varios hermanos: Eugenio, Juan, Chelto y Rafael, toditos aprendimos. Mi papá, enseñó también a dos de sus hermanos, así que entonces eran los tres hermanos Figueroa que hicieron cuatros, pero mi papá fue el primero, se llamaba Pedro del Carmen Figueroa, había un hermano llamado Eduardo y otro Carmito.

Aprendí de mi papá y más que él. En el año 1944 vi unos trabajos en Caracas que me gustaron mucho. Nosotros hacíamos el trabajo rústico, aquel todavía del Charol, rompíamos la tapa para meterle un pedacito de negro a uno blanco para hacer el adorno, cuando vi los trabajos de Caracas me puse a pensar que eso no estaba bien, y me dije: “¡Voy a ir a Caracas!” Llegué ganando 10 bolívares diarios, aquí ganaba mucho más.

Estuve con un maestro, Martin A. Eduardo Gallardo, un señor de Puerto Cabello que trabajaba muy fino, y por diez bolívares diarios, para mí era poco, ¿no?, pero yo fui a aprender. El señor me atendió muy bien, me hice de mucho cariño con él y me fue aumentando, al mes ganaba 15 bs., después me aumentó a 20, hasta que me dio el trabajo negocio por mitad. Estuve casi nueve meses, o diez, póngale un año, hasta que comprendí ya que yo ya estaba empapado.

Cuando ya comprendí, que sabía, me vine pa’ Cumaná, hice los primeros cuatros. Mi papá me dijo: “¡Hijo, que bello trabajo, qué bello es salir joven!”

Desde allí enseñé a varios. Ahorita todo el mundo hace aquí cuatros, pero eso es obra mía. El aro a candela, eso lo aprendí y es obra mía aquí, por eso me llaman maestro. Tomé base de aquel señor, quien aprendió con otro maestro español, un tal Lanz que vivía en Valencia, donde hacía cuatros. También aprendí a hacer la guitarra, el bandolín y todos esos instrumentos: guitarra, cuatro, bandolín y bandola. Hago el quinto, el mismo cuatro con una cuerda más, cuando lo exige el comprador, y hago el cuatro fino.

Fue mi profesión desde que me gustó, no hice más nada. Hago una mesa, o una silla, pero pá’cá, pá la casa. En el taller a veces trabajan dos, si uno más necesita trabajo y viene, a veces trabajan hasta cuatro, normalmente solo dos. ¡Te voy a decir que me faltan manos, porque tengo encargos de más!… Eso es todos los días, los que hago se me venden aquí mismo en la casa, no tengo necesidad de salir mucho, me encargan.

Para la fabricación uso tapa de pino y el fondo de cedro, también caoba, manzanillo, pardillo, por casualidad de Maracaibo traen cartán. En Caracas, compro para las tapas, pero lo demás lo compro aquí en Cumaná y en el Puerto, pues vienen de Bolívar, de Barinas. El traste y las clavijas son extranjeros, antes hacíamos la clavija de madera porque la cuerda era entonces de tripa, pero hoy en día no. La clavija plástica y de metal, revienta y corta la cuerda de tripa, y entonces también se importa la cuerda. Hacemos los cuatros con adornos criollos y con adornos extranjeros. Los criollos son cortes de manzanillo fino y caoba, el puente también lo hacemos aquí, les doy un poco de color y pego con cola fría. Te voy a explicar lo del aro para doblar la madera, porque tú no vas a hacer cuatros: sin el quemador no se puede dar cimbra y estando caliente, se doblan como papel, realmente es algo ordinario, pero es lo más grande que aprendí del maestro de Caracas. Ahora ya casi todos la usan, yo no tuve egoísmo de enseñarlos a todos, a mis amigos.

A mis hijos nunca les ha gustado este arte, ellos me ayudan a pulirlo. Las hijas no, éste no es un arte para mujeres. ¡Mi señora es maestra en venderlos! Y el tipo que sale de aquí con un cuatro y usted se lo tocó y le sonó bien bonito, sale satisfecho.

Si el aro es blanco, pongo unos pedacitos de papel, para que no se me ensucie, esto es cuando lo hago de pino, pero el de pardillo es más cuatro, suena más y dura más. El diapasón es donde van los trastes, también le decimos “sobrebrazo”, se unen los pedazos de madera, montando, montando el brazo, después se cepilla y se le da corte. Para este trabajo no se hacen las cosas de hoy para mañana, picamos una pieza, picamos otra, mañana se hacen las piecitas éstas, las rositas de madera y se espera que se sequen. Y hay que saber tocar, si yo no sé tocar este cuatro, ¿Cómo te puedo decir que este cuatro es bueno? Yo puedo decirte: este cuatro es bueno, éste es regular, éste me lo apartas porque no está bien. Aquí no sale cuatro malo porque está revisado por el maestro.

 

Este es en extracto del libro Los Fabricantes del sonido, editado por Fundación Bigott.

 

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