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Cultura popular

Relaciones familiares de los pescadores artesanales

Las relaciones familiares de los pescadores artesanales transcurren la mayor parte del tiempo en el ámbito de las rancherías temporales o permanentes, localizadas en las inmediaciones de las playas y en las viviendas o unidades residenciales en los caseríos y pueblos a lo largo de la costa. El grupo doméstico integrado por las personas que, emparentadas o no, habitan bajo el mismo techo, adopta dos modalidades de organización: la familia nuclear compuesta de padres e hijos, o la familia extensa en la que otros parientes, consanguíneos o afines, del padre o de la madre, residen con el grupo nuclear en la misma unidad residencial. Otras personas que no están ligadas por nexos de parentesco a estas formas de organización familiar pueden perfectamente integrarse a ellas y compartir el espacio de las viviendas como si fueran familia, ese es el caso de trabajadores, ahijados, compadres o amigos. Los grupos domésticos del pescador artesanal son hospitalarios, abren sus puertas a visitantes y amigos, los acogen espontáneamente, comparten la comida y ofrecen en caso de necesidad un espacio para pasar la noche.

Los vínculos familiares del pescador desbordan los límites de su vivienda y la parentela se va ramificando de casa en casa hasta llegar a convertir a los habitantes del pueblo o caserío en miembros de una sola familia extensa. En el seno del grupo doméstico los pescadores y sus mujeres e hijos encuentran la manera de resolver sus necesidades económicas y afectivas, pero en las familias extensas, multiplicados los nexos consanguíneos y afines, consiguen un respaldo que ayuda a crecer, a madurar y a envejecer. Las relaciones entre parientes fuera del grupo doméstico son el soporte de la vida social del pescador.

La composición de la familia gira alrededor de la pareja, unida en matrimonio o en concubinato. Hace tres o cuatro décadas el hombre podía tener a lo largo de su vida múltiples relaciones concubinarias, unas más estables que otras, y procrear decenas de hijos sin que fuera necesario legalizar esas uniones. La vida itinerante que conlleva las salidas de pesca les facilitaba tener mujeres en distintos puertos y caseríos, pero se les creaba también la obligación de mantenerlas. El pescador en el presente se casa compelido por una exigencia, pero puede vivir en concubinato libremente sin restricciones de índole afectiva o social y puede además mantener otras relaciones simultáneas, fugaces o permanentes, gozando de la tolerancia de su mujer, de los familiares y de la colectividad que lo rodea: “El hombre es de la calle y la mujer de la casa”; una vez que él traspasa la puerta de su hogar es libre y la mujer no debe hacerle reclamos de ninguna naturaleza. A ella le corresponde esperar pacientemente que el marido regrese y la respuesta a su aceptación es la seguridad que éste le ofrece al velar por el mantenimiento de ese hogar y el apoyo que debe brindarle en cualquier circunstancia. Entre todas las mujeres que el pescador tiene a lo largo de su vida, sólo una tiene la primacía. Con el tiempo el hombre disminuye sus relaciones concubinarias, restringe espontáneamente su libertad y se circunscribe a la mujer escogida para envejecer con ella y ver crecer a los nietos. De ahí la tolerancia de la mujer, porque sabe que, a pesar de la presencia de otras, a las que no considera rivales, ella es el eje de la estabilidad y de la convivencia. Aceptar la separación del marido durante el tiempo que dura la campaña de pesca, que pase por los bares cercanos antes de llegar a la casa y que visite otras mujeres, supone como contrapartida que ella merece por parte de él respeto y buen trato.

La mujer es el centro del hogar, las actividades cotidianas giran a su alrededor. Pasa el día realizando las labores domésticas, sola o con la ayuda de otras que son sus parientes. Al mismo tiempo vela por la educación de los hijos, su alimentación y que no anden haciendo travesuras por los alrededores. Los hijos son sumamente apegados a la madre, a la que están unidos por sólidos nexos de afectividad y respeto. Dependen de ella para solucionar sus problemas y necesidades. La autoridad de la madre se hace sentir aun después de que los hijos son adultos, sin limitaciones los reprende, les llama la atención o los aconseja. En el caso del varón la madre puede hacer el reclamo que su nuera calla, en el caso de la hembra una cierta complicidad las une para afrontar las contingencias de todos los días. Entretanto, el padre es un observador vigilante, no se inmiscuye, la deja hacer, pero cuando los varones se acercan a la adolescencia se los lleva en sus incursiones de pesca para que vayan aprendiendo, primero a usar los anzuelos y luego a calar las redes. Las hijas no son su problema, ellas están a cargo de la madre, pero si ésta muere y él no encuentra quien la sustituya, sus hijas lo cuidarán y velarán por él hasta el fin de sus días.

 

Texto extraído del libro La pesca artesanal en la costa caribe de Venezuela, editado por Fundación Bigott en el año 1994.