Dentro de un concepto amplio como el de Caribe cultural, es donde visualizamos la existencia de una geografía de la salsa y de la rumba, o lo que es lo mismo, un Caribe salsero en donde, como decíamos, la fiesta, la música y el baile conforman la tríada fundamental que la sustenta.
Esta geografía salsera es el resultado de las confluencias musicales que, dentro del proceso de permanente intercambio, se han registrado a lo largo del tiempo entre los países del área, entiéndase Colombia, Panamá, Puerto Rico, Haití, República Dominicana, Jamaica, Trinidad, México, Venezuela, Estados Unidos y Cuba. Relaciones en las que estas dos últimas naciones han tenido un papel protagónico, sobre todo desde finales del siglo XIX y principios del XX, con el nacimiento y difusión del blues, el jazz, el son, el bolero y el danzón, géneros vertebrales y casi matriarcales.
Esta noción de confluencia también nos sirve como herramienta para interpretar nuestra singular y elástica dinámica musical, entendiendo que las relaciones de intercambio no suponen una necesaria convergencia o influencia ineludible sobre una cultura receptiva, sino que constituyen pliegues y repliegues etnomusicales, préstamos culturales, puntos de encuentro de tradiciones musicales existentes, hibridismos, tentativas aleatorias, desplazamientos sonoros y hasta fusiones de géneros o estilos.
El continente americano ha sido, desde principios del siglo XX, la gran orquesta de baile del planeta, creadora de los géneros populares más importantes de los últimos tiempos. Hablamos, por ejemplo y aparte de los ya mencionados, del rock, la samba, del tango, del calipso, la ranchera, del reagge, del merengue y, claro está, de la salsa. No sería exagerado decir que desde el Nuevo Mundo hemos puesto, literalmente, a bailar al mundo entero, y todo parece indicar que, por un buen tiempo, lo seguiremos haciendo.
La salsa es, por decirlo de alguna manera, el desarrollo contemporáneo, urbano y extensivo de Buena parte de las formas musicales del Caribe de la primera mitad del siglo XX, especialmente de las cubanas, y más precisamente, del son, la guaracha y el mambo. Ellas son piezas fundamentales para entender esta historia, razón por la cual les daremos un lugar privilegiado.
Durante más de 60 años, Cuba con una legión de orquestas, tríos y conjuntos, logró exportar y promover su música por todos los rincones del Caribe, sembrando, sin querer, la semilla de uno de los movimientos musicales más importantes de finales del siglo XX.
El intercambio marítimo, las giras de los grupos, los discos, la radio y el cine fueron el motor que aceleró la penetración, en toda la zona, de la cultura y de la música cubana. Este proceso de difusión, luego de asentarse, dejó un rico sustrato cultural, fundamentalmente en los barrios de las grandes capitales caribeñas. Tal sustrato demarcó, en primer término, las nuevas y extendidas fronteras del son, y a la larga, se transformó en la plataforma sobre la cual, a partir de los años 60, se instalaría la protagonista de nuestra historia musical, la salsa.
Texto extraído del libro La salsa en Venezuela, editado por Fundación Bigott.