La cuenca del lago de Maracaibo, por su particular conformación geográfica, fue desde siempre una puerta abierta a las grandes migraciones prehispánicas de las civilizaciones en eterna competencia por los territorios de América, y a la vez una región codiciada por la riqueza y variedad de sus recursos naturales de fauna lacustre, marina, fluvial y terrestre, además de sus fértiles llanuras aluviales de gran atractivo para los pueblos agricultores y recolectoras.
Mucha sangre había corrido ya por la posesión de cada palmo de tierra cuando aparecieron los españoles por la boca que da al mar. En las crónicas de los primeros siglos se menciona multitud de naciones que poblaban las riberas -los Cucinas, Alites, Alcoholados, Toas, Zaparas, Bobures, Tamanares. Quinquires, Carales, Motilonos- una confusa enumeración de gentes de las que no se sabe exactamente quiénes eran ni dónde están sus descendientes, si es que dejaron. A lo que sí podemos remitimos es al hecho notable que de las cuatro etnias que sobrevivieron hasta hoy en el Zulia, los Wayuus, los Añús, los Yucpas y los Barís, han sido clasificados dentro de la macrofamilia chibcha, lo que demuestra que el occidente fue larga y duramente disputado por los grandes y extendidos grupos de naciones que durante milenios forcejearon por el dominio de los Andes, la Amazonia y las Antillas.
En semejante contexto tiene lógica pensar que los añús vieran en los manglares un pacifico ejemplo de evolución y especialización digno de imitar. En las costas de aguas tranquilas estos portentosos árboles, cuya altura oscila entre ocho y veinticinco metros, forman franjas litorales de varios centenares de metros de anchura; toda una selva metida en el mar, con largas y resistentes patas que bien pudieron inspirar la idea de construir casas palafíticas
Por lo demás, el ecosistema del manglar no es exactamente digno de ser considerado como las sobras del mundo. Los manglares son una de las fuentes de vida más importantes para el mar y todos los cuerpos de agua relacionados con esto. Entre sus raíces se acumula gran cantidad de nutrientes sedimentarios provenientes de los estatuarios de ríos. Esta disponibilidad de comida sustenta una abundante y diversificada avifauna que se instala en las copas de los manglares y que a su vez atrae a depredadores terrestres: toca una cadena alimenticia en cuya cima podía instalarse el hombre, el añú.
Texto extraído de la Revista Bigott número 40, editado por Fundación Bigott año 1996.