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Artistas

Una crónica colgada en la pared: en torno a Salvador Valero

Salvador Valero Corredor nació en Los Colorados, caserío próximo a Escuque, estado Trujillo, en 1903. El lugar había sido escenario de una escaramuza en donde tropas de Bolívar pusieron en fuga a un rezagado batallón del ejército español. El hecho fue recordado por Valero en una de sus características incursiones en el género de pintura histórica: un cuadro con este motivo bélico que se conserva en la Institución Escuqueña, en Escuque.

Fue por azar que Valero se hizo pintor, apartándose así de la vocación campesina de sus antecesores. Desde pequeño debió valerse por sí mismo para ganarse la vida. En Escuque pasó por toda suerte de oficios, y no había concluido la primaria, cuando la suerte le deparó trabajar como empleado en un modesto taller tipográfico en donde se familiarizó con la escritura y despertó su gusto de la lectura; poco después, o quizás antes, comenzó como ayudante y alumno de un maestro de obras de nombre Juan María Cuevas, quien dedicaba buena parte de su tiempo a la pintura de murales de tema religioso. Como asistente de Cuevas, Valero trabajó en la decoración de la Iglesia de Escuque.

Pasados los veinte años se estableció en Valera donde, para sobrevivir a sus necesidades, aprendió el arte fotográfico. Armado de una Kodak de cajón, se hizo retratista de la gente humilde y con este fin se dedicó a recorrer aldeas y vecindarios. Valero fue de los primeros fotógrafos de la zona que dispusieron en forma muy rudimentaria, en su caso, de un laboratorio para procesar sus negativos.

A la par descubrió el arte de la restauración de imágenes religiosas en madera y en yeso y, dedicando a esta actividad parte de su tiempo, llegó a adquirir no sólo destrezas de artesano y pintor, sino también gran conocimiento del ritual eclesiástico. En buena medida la obra de Valero es de inspiración religiosa.

En 1934 se hallaba instalado en Valera, como fotógrafo ambulante y maestro santero consagrado al retoque de tallas, tablas y nichos de la abundante producción popular conservada en la religión. Hacia los años 40, inquietado por las noticias sobre arte que traían los diarios y revistas de la capital, empezó a incursionar en la pintura, en principio tímidamente. Retomó entonces la experiencia que en materia técnica y en preparación de soportes y pigmentos había recibido del maestro Cuevas.

Sus primeras pinturas, realizadas por encargo, se inscriben así en la tradición de los imagineros, tradición que, como se sabe, es funcional y se mantenía vigente en ciertas regiones andinas en pleno siglo XX para suplir las imágenes del devocionario hogareño. Poco faltaba para que, como resultado de frecuentar la información visual proporcionada por revistas y libros, y estimulado por los acontecimientos de la capital, Valero llegara a desarrollar disposiciones para la pintura que se adecuaban a lo que, en aquel momento, la vanguardia se interesaba en promocionar: la pintura naif. Valero iba a combinar en su estilo ciertos arcaísmos de la pintura popular religiosa con temas míticos y cotidianos que él observaba en la realidad y que trasladaba con libertad a una factura donde se mezclaban los trazos de los muralistas populares con la visión de un campesino.

Por la época en que Feliciano Carvallo era identificado en el litoral guaireño, ya Salvador Valero tenía cumplido largo trecho de pintor popular. Sin embargo, las obras que se conservan de esta primera época han sido insuficientes para poder reconstruir un período importante de su trabajo. La exposición que lo diera a conocer en 1955, por iniciativa de Carlos Contramaestre y Renzo Vestrini, en la Asociación Venezolana de Periodistas, seccional Valera, constaba sólo de obras hechas a partir de 1950.

Texto extraído de la Revista Bigott #25, editada por Fundación Bigott en el año 1993