En muchos lugares de Venezuela, principalmente en los fríos poblados andinos y entre las comunidades que habitan las zonas cálidas de nuestro territorio, hombres y mujeres, campesinos e indígenas utilizan diversos tejidos artesanales como parte de su indumentaria.
Una de las formas de ornamento y vestimenta que se dio entre los años 1910 y 1930 estuvo representada por los conocidos soles de Maracaibo, encajes de flete en forma de sol, que originalmente fueron material de iglesia y cuya posterior demanda fue estimulada por la migración de europeos a nuestro país. Con ellos se confeccionaban pañuelos, manteles, faldellines, mantillas, e incluso trajes de novia. La tradición de su tejido, que comenzó siendo una minuciosa tarea de hogar para las mujeres, aún se conserva en el estado Zulia. El uso de hilos de diferente espesor crea diversidad de texturas en los tradicionales diseños de palma abierta, rabito ‘e perico, margarita, azucena y plumita.
Asimismo, están las alpargatas, tejidas originalmente a mano en pequeños telares de forma triangular, cuyos lados de madera dentada permiten asegurar los hilos de algodón o pabilo con los que se conforma una urdimbre en la que se suerte de máquina metálica accionada con pedales, la cual hizo posible la fabricación de capelladas en serie. La capellada es la parte del cuerpo de la alpargata que cubre el empeine; en algunas regiones, a esta se le deja una abertura en la punta del dedo gordo. La capellada se une a la talonera por medio de dos cintas tejidas llamadas ataderos o Correitas. Las alpargatas no necesitan ataduras, ya que se calzan fácilmente debido a la elasticidad del tejido.
En el contexto indígena, entre las pocas prendas de uso que todavía se tejen en Amazonas, están los guayucos hechos con hilos de algodón, los cuales varían en tamaño y forma de acuerdo con el grupo étnico. El pirisi, por ejemplo, es un guayuco femenino Yanomami cuya parte posterior es un haz de cabos de algodón que forma un arco sobre los glúteos. y la anterior está hecha con una serie de hilos que caen como flecos sobre el pubis. Los Ye kuana tejen una especie de delantal llamado muwaaju, el cual es utilizado por las jóvenes en el rito de paso de la infancia a la adolescencia. Esta prenda manifiesta una interesante adaptación de materiales no autóctonos, como la mostacilla, pequeñas cuentas de vidrio principalmente de colores azul, blanco y rojo, que se insertan en el tejido.
Los indígenas venezolanos, dentro de la indumentaria cotidiana o ritual, también utilizan bandas y cordones tejidos como adorno corporal en cintura, brazos, pantorrillas, piernas y glúteos. Incluso todavía hoy los Yanomami confeccionan los llamados«cinturones amazónicos», con los que atan al pene a un cordel de hilos de algodón que rodea la cintura.
Por su parte, los Wayüu tejen unas mochilas, conocidas como susu, las cuales, según su tamaño y color, son utilizadas como bolsos de mano para cargar objetos de valor y de uso cotidiano. Se tejen con algodón mercerizado en ganchillo, técnica introducida por misioneras a principio de siglo, que ha entrado a formar parte de la tradición Wayůu, adoptando los innumerables patrones decorativos de su estética textil y permitiendo la realización de artículos para la venta en menor tiempo que los fabricados en telar. Una variación de los Susu son las mochilas de carga, piula, tejidas con cuero de chivo y anudadas en forma de malla.
Acceder a la estética textil y al simbolismo de los wayuu precisa de una paciente travesía por mitos y leyendas para reconocer en ellos a Wereke, la araña, tejedora mítica que enseñó a las mujeres el oficio del tejido. Wareke deglutió el algodón y de su boca salieron ya listos y torcidos los hilos para confeccionar chinchorros, fajas y el sheii, la rica manta funeraria en cuyo bosque de signos la araña artesanal enseñó a los Wayúu a expresar la complejidad de sus ideas y prácticas sobre la vida y la muerte.