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Expresiones populares

El arte popular de ayer y de hoy

Los antecedentes más remotos de actividad plástica popular en Venezuela son los objetos precolombinos trabajados en piedra por los cazadores y recolectores antiguos, que datan de aproximadamente 12.000 años a.C. A éstos se suman, entre los años 4000 a 2300 a.C., el hueso y los instrumentos de concha y ya entre los años 9200 y 650 a.C. encontramos las primeras muestras de alfarería, pintura rupestre y petroglifos. También la cestería y el uso de la madera fueron parte de la cultura material autóctona, antecediendo a la aparición de la cerámica, aunque su naturaleza perecedera no ha permitido su conservación. Los grupos indígenas de la época prehispánica dominaban igualmente diversas técnicas de tejeduría, así como, de arte tintóreo.

Imaginería

Sobre lo precolombino se incorpora, a partir del siglo XVI, el aporte cultural europeo a través del proceso de conquista y colonización española. Con ella llegan la religión católica y los misioneros para difundir la fe, así como artesanos especializados en diferentes oficios. La evangelización impulsó la difusión de la iconografía cristiana y la demanda de imágenes sagradas, pero el relativo aislamiento de Venezuela de las rutas comerciales principales de la época hacía difícil traerlas de Europa, lo cual generó una producción autóctona de ellas usando modelos europeos. En Venezuela no se establecieron gremios reglamentados a la usanza europea lo cual favoreció la práctica más libre de los diversos oficios; pero, como estas actividades las realizaban las clases populares, las pautas sociales no aceptaban que los pintores establecieran su autoría, por lo que la mayoría de sus obras son anónimas. En la Venezuela colonial y republicana, en las regiones Central, Centro-Occidental y Andina, se desarrollaron importantes centros de imaginería religiosa como los que funcionaron en El Tocuyo, Caracas y Mérida, los cuales radiaron su influencia a otras zonas En algunos casos, esto se debió a la disponibilidad de materia prima como en Rio Tocuyo, con gran variedad de pigmentos minerales y vegetales, y en otros, a su estratégica ubicación en las rutas comerciales de la época, como fue el caso de Carora, Quíbor y El Tocuyo. Algunos maestros tuvieron una gran Importancia regional como Francisco de la Cruz, activo en El Tocuyo entre 1680 y 1702. En Caracas destacan Juan Pedro López, 1724-1787, y posteriormente, la obra de varios miembros de la familia Landaeta, en especial la de Juan José Landaeta, 1747-1810, quienes se dedicaron al oficio de pintor, formando la llamada «Escuela de Los Landaeta». José Lorenzo de Alvarado, en Mérida, activo entre 1788 y 1805, fue el maestro que dejó mayor huella en los Andes. En el siglo XIX, la masiva distribución en el mercado local de grabados y estampas religiosas importadas de bajo costo ocasionó el declinar de la producción de estas pinturas tradicionales. Como características de esta producción artística podemos destacar un uso de los colores casi puros, líneas esquematizadas y una volumetría sencilla, subordinando los elementos formales a la significación de la obra. Alfredo Boulton encuentra ciertas semejanzas en algunas de estas obras con la pintura popular actual por la ausencia de academicismo en su estilo, así como por su sentido pictórico y originales recursos técnicos.

Estilos propios

El arte del Nuevo Mundo fue más allá de la simple repetición de los cánones europeos y también desarrolló sus estilos propios. Da Antonio ubica, desde el último tercio del siglo, el lenguaje que define como neoflamenco, que difiere de las grandes comentes de la época y que, si bien procede del arte popular, evidencia también un propósito de estilo. Esta etapa concluye hacia la segunda mitad del siglo XV, cuando ya se ha completado la asimilación de los patrones europeos convencionales y el estilo Barroco, con su énfasis en la forma, se impone con carácter e identidad propios.

Juan Lovera, nacido en Caracas en 1776, establece una nueva vertiente de trabajo para el arte local que es la crónica de los acontecimientos de la vida social, signados por el quiebre del orden colonial, la lucha independentista y el establecimiento de la vida republicana. Ese realismo se manifiesta en lo plástico en una concentración casi obsesiva por; el detalle y configura, según Da Antonio, una concepción visual autónoma que llama arclásico por reunir características arcaicas como el hieratismo y clásicas. En este lenguaje inscribe todo el arte llamado de marginal que se prolonga hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, considerándolo testimonio de la expresión cultural del continente. Ese intento de reflejar el paisaje y la gente venezolana, esa interpretación visual del artista de su propia realidad, a través de la cual va dando respuesta propia a los problemas > plásticos de composición y ejecución de la obra, se aprecia también en los artistas a populares contemporáneos. El arte clásico empieza a declinar en los medios artísticos académicos a mediados del siglo XIX, ante el renovado prestigio dado por la sociedad republicana a los modelos europeos, evidente en el neoclasicismo romántico de la época Guzmancista. En el siglo XX también se aprecia el florecimiento de una gran riqueza y profusión de artes populares regionales, que si bien se nutren de las referencias culturales generales y «oficiales», se desarrollan con vigor y estilo específico y diferenciado.

 

Texto extraído del libro Atlas de Tradiciones, editado por Fundación Bigott.