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Patrimonio cultural

Los insectos en Venezuela: Historia de la entomología venezolana

Flaco favor le haríamos a los insectos si no aprovechamos para mencionar algunos hechos históricos relacionado a la entomología y cómo se ha desarrollado en nuestro país.

Varios investigadores han escrito excelentes trabajos sobre el desarrollo de la varias «tendencias» de esta rama científica por estos lares; sin embargo, utilizamos como columna vertebral el que publicó Francisco Fernández Yepes, incluyendo adiciones tomadas de varias obras y autores, así como comentarios y datos recopilados de diversas fuentes. Dividió la historia en cuatro etapas arbitrarias, enmarcadas en ciertas fechas y al respecto nos dice: «No implican estás fechas que se trate de períodos fijos o cortados en el tiempo, sino que se sobreponen». Con igual libertad y arbitrariedad y como un acto de comodidad, bajo esa misma premisa, encontrarán aquí una división en cinco tiempos o etapas que coinciden-en algunos casos- con el trabajo mencionado.

Se distingue por ciertos datos anecdóticos, comentarios de viajeros o historiadores, pero en general la información entomológica es escasa. Podemos ubicar esta etapa entre la época precolombina y la visita a nuestras tierras del barón Alexander von Humboldt.

Nuestros primeros pobladores se mantenían en contacto directo con muchos insectos y otros artrópodos. Piojos, pulgas, chopos, jejenes, ningunas, zancudos y moscas eran compañeros frecuentes de cuerpos y hogares de indígenas pertenecientes a las diversas etnias que se desarrollaron y poblaron el territorio de lo que hoy conocemos como Venezuela. Aunque los bichos que mencionamos pueden resultar repulsivos y desagradables, recordemos que se esa relación entre artrópodos y humanos también deben mencionarse las larvas del gorgojo de las palmas y de otros insectos, larvas de hormigas, avispas y abejas, miel y algún otro subproducto de insectos, los cuales eran buenos bocados y provenían de nutrientes a muchos pueblos indígenas. Es así como comienza la Historia de la entomología en Venezuela, ya que esos pobladores tenían un conocimiento de la utilidad o las molestias causadas por esos bichos, como tratar sus efectos, evitar su contacto o mezclar en las comidas. Estaban en su quehacer diario, en sus historias, en su cosmogonía, eran parte de su conocimiento.

La integración de las culturas autóctonas de estas tierras con las europeas y africanas comienza al arribar Cristóbal Colón a tierras venezolanas en 19481 durante su tercer viaje, todavía en busca de la ruta a las Indias Occidentales. Al año siguiente, españoles arriban al lago que hoy conocemos como de Maracaibo, quedando impresionados por las casas, suspendidas sobre el agua. Este tipo de vivienda permite explotar los recursos de la ribera sin que sus habitantes sufran en gran magnitud los embates de los zancudos. Los palafitos, sin prestar una protección total, apenas permiten el ataque de esos hematófagos insectos. Pareciera entonces, según alguno de nuestros entomólogos, que gracias a estos dípteros nuestro país obtuvo su nombre.

Sin embargo, ninguna historia formal comienza sin alguien que haya comenzado a escribirla y es en 1574, en procesos de coronar con éxito con conquista y creación de la ciudad de Santiago de León de Caracas, que se registra que visitó está ciudad y sus alrededores «una plaga de langostas», diezmando los campos cultivados de trigo y otros cereales. Se construyó entonces una ermita, al norte de la de San Sebastián y se le dedicó a San Mauricio, quién se convirtió así en «el abogado de la langosta». Siendo está la primera referencia histórica, sin autor conocido, que se ha podido encontrar.

Aunque se dice que los españoles introdujeron más abejas europeas a la nueva colonia en 1565, no es sino hasta 1578, cuando encontramos un nombre asignado a una referencia y es fin Juan de Pimentel quien nos habla de la cera y la miel, productos de las abejas utilizadas como parte del floreciente comercio de esta Provincia. Para 1594, los caraqueños de entonces andaban tristes y llorosos por los robos que en las costas estaban haciendo los piratas. Para completar su tristeza, las sementeras de trigo aparecen «cubiertas de gusanos» que en pocas horas de botar hojas y espigas. Se reúne entonces el Ayuntamiento para resolver que antes de abrir la sesión, se oficie la misa Espíritu Santo y se busque un pareo que abogue por la suerte de dichas sementeras. Entre cien santos, se escoge a San Jorge y debe hacer sido muy eficiente en controlar a esos bichos, ya que en años posteriores se deja de nombrar, se olvida la limosna y desaparece la ermita.

Cronistas e historiadores comienzan a escribir entonces sobre la Provincia de Venezuela, sus ciudades, las costumbres de sus pobladores y de su vez en cuando, sobre los insectos que afectan al hombre y sus actividades. Ninguno de esos comentarios puede catalogarse en un ámbito ligeramente científico hasta que en 1754 nos visita la Expedición de Límites al Orinoco; proveniente de España, con un grupo de españoles, botánicos y dibujantes, acompañados por Pehr Lofling, también botánico, pero sueco y discípulo de Carl von Linné. Esta expedición, la segunda netamente científica enviada a América, viene con el objetivo de estudiar la Historia Natural de la región y trazar los límites entre los dominios españoles y portugueses. Entran por las costas de Cumaná y en sus reportes aparecen los primeros escritos sobre control de las llagas que afectan los cultivos de maíz, arroz en Guayana. Lofling también estudia y describe el dañino efecto que causa las niguas al hombre en estas regiones.

Tiempo después, en 1791, el padre de origen vasco Joseph Humia en su Historia civil y geografía de las naciones situadas en las riberas del río Orinoco incluye relatos sobre insectos y su relación con los habitantes de las regiones que visitó a lo largo de nuestro principal río. Gumilla nos comenta que solo bastaba «…entrar por el Orinoco o por (…) otro río (…) para entrar en fuera batalla con (los) mosquitos, (…) Se llena la cara, las manos y cuanro hay al descubierto, de mosquitos grandes que llaman zancudos (…) (Y) persiguen al hombre otros (…) mosquitos llamados jejenes». Además de encontrar «insectos pardos de una hechura muy raras, (…) qué se llaman pitos y tienen un poco rabioso y suave mientras beben Sandra, lo hacen con tal aliento y dulzura, que no se dan a sentir; pero el al sentirse llenos dejan un dolor o comezón intolerable». En toda su obra, Gumilla hace diversos comentarios sobre otros insectos hematófagos que afectan a los pobladores de las orillas del gran río. Parecieran ser estas las primeras citas sobre entomología médica en nuestro país.

 

Texto extraído del libro Los insectos en Venezuela, editado por Fundación Bigott